Rafael Sanchez Saus

ZP y el séptimo arte

EN Estados Unidos, donde el cine es el auténtico arte nacional y no un pesebre o una despensa de rencores, no es infrecuente que un actor dé el paso a la política, y hasta que lo haga bien, incluso mejor, en su nuevo cometido: el gran presidente Reagan y el notable gobernador Schwarzenegger son ejemplos evidentes de ello. En España, sin embargo, tenemos el caso inaudito de un presidente del Gobierno que confiesa su intención de hacer de la política un drama y, de paso, nos ofrece con ello una clave quizá definitiva de su personalidad. Si hasta ahora los españoles se dividían al respecto entre los que los consideraban un tonto y los que lo creían un malvado (con una potente tercera vía que no excluía ninguna posibilidad), desde estas jornadas de sequía pluviométrica y aguacero político ya sabemos que en realidad es un actor. Ahora el dilema es si se trata de un bobo que representa el papel de malvado o el de un malvado que se hace el tonto para anestesiar a sus víctimas.

Iñaki Gabilondo, en su larga decadencia, ha hecho un inesperado y gratuito servicio a la nación y ha superado todas las expectativas que cabe depositar en una entrevista televisiva: un churro de tres cuartos de hora salvado por quince segundos geniales, aunque aparentemente involuntarios. La confesión de ZP a cencerros tapados -eso creía él- tiene el efecto colateral de reducir el famoso manifiesto de los titiriteros a un mero apoyo gremial y nos permite comprender su querencia por el hombre de las cejas circunflejas: no es sólo el amigo que los subvenciona generosamente, como creíamos, sino el colega con el que se comparte vocación y escenario. Lo malo para la ciudadanía que no vive de la mano rebosante es que el tablado en que zapatea ZP es la España de anchas espaldas y gigantescas tragaderas, y el papel que recita desde hace cinco o seis años el de la "tensión que no es crispación, sino movilización, sino explicación", hasta el estallido final. Volviendo al ejemplo americano: ¿alguien puede imaginarse a un candidato a la presidencia sobreviviendo a semejante muestra de falsedad y de cinismo? Si esto fuese una verdadera democracia y las elecciones otra cosa que un mero palenque para el cainismo nacional, la semana pasada no hubiera podido terminar sin el hundimiento de ZP en las encuestas y un trasvase masivo del voto de izquierda a Rosa Díez.

Aunque, bien pensado, podría suceder que el despiste de Cuatro no sea más que un hábil montaje sustentado en la capacidad teatral de los dos compinches: Gabilondo ha recuperado momentáneamente el protagonismo que le niega el público y ZP ha conseguido que toda la atención del país se centre en su persona y no se acuerde del New Flame, de los precios, del enmascaramiento del paro y de las otras razones para creer de las que rebosa la actualidad. Y el pobre Rajoy dando soluciones.

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