ESTE próximo verano hará diecisiete años que visité Volendam y Marken, dos pueblos marineros de Holanda. Como un turista más: autobús desde Amsterdam a Volendam y barquito pinturero desde aquí hasta Marken en una agradable travesía de no más de media hora. Fue en el hueco de la tarde, así que no tuve que buscar un buen restaurante. Me limité -como hacen muchos cruceristas en Cádiz- a pasear, a extasiarme ante los vivos colores de las casas y del mar que casi golpeaba las calles de aquellas dos modestas joyas. El único gasto que recuerdo fue el de unos bocadillos de gambas y de salmón ahumado, acorde con el sabor pesquero de los dos pueblos. Y unas monedas que voluntariamente dejé a una señora que tenía su casa convertida en museo. No gasté mucho, lo confieso, pero desde entonces recomiendo vivamente visitar dos pueblos en los que nadie protestaba por mi aparente tacañería y a los que volveré en cuanto pueda.