El ex presidente andaluz José Antonio Griñán se quedó corto cuando acuñó la gráfica expresión 'Cádiz-Herzegovina' para referirse a la eterna bronca de la agrupación local socialista. Su organización en distintas facciones, familias y corralitos, cada vez más podemizada, ha destrozado a un partido al que apenas le quedan las siglas en pie en la capital, en comparación con lo que fue. El najaveo sin conciencia de cargo llevó el pasado jueves, en la disputa por la secretaría general, a que amigos de toda la vida encabezaran distintas listas. Algunos socialistas se han cambiado tantas veces de chaqueta que ya no se acuerdan de cuál era su partido. Muchos históricos, de hecho, apenas conocían tantas caras nuevas. Así es imposible que el PSOE remonte el vuelo. Y lo más lamentable es que con Podemos en situación precaria y con Teófila en la oposición, tenía la oportunidad de asaltar la Alcaldía desde la unidad, con el empuje de la Junta y un candidato de consenso. Pero lejos de trabajar para sumar, unos y otros se conformaron con despellejar desde la barra del bar a Fran González, que volvió a ganar contra viento y marea, pese a obtener los peores resultados de la historia en unas municipales y aunque se encuentre más solo que la una.

El caso del PSOE de Cádiz es la demostración empírica de lo que son hoy los partidos -sobre todo los clásicos- a los ojos de la ciudadanía: organizaciones que vampirizan las instituciones en beneficio propio y que traicionan el poder que les otorga el ciudadano. Él se limitó a seguir el ejemplo de sus antecesores. Desde que lo apadrinó Chiqui Pérez Peralta, conoció a fondo las cañerías del partido. Criado en los pechos del aparato, como secretario de organización, accedió a las claves que proporcionan el poder, como demostró al vencer contra pronóstico y enfrentándose a la dirección contra Marta Meléndez en 2012. El respaldo de Rafael Román resultó providencial en su victoria. Meléndez dimitió y él se quedó solo al frente de los socialistas en todos los terrenos.

Sus enemigos esperaron a ver pasar su cadáver cuando le dieron de nuevo por muerto, tras las elecciones de 2015. Primero trataron de aislarlo cuando aupó a José María González al frente de la alcaldía gaditana, por indicación de Pedro Sánchez. A continuación, los más papistas lo sentenciaron y encargaron su esquela política. Ni contaba con el beneplácito de los susanistas, ni su apuesta a la desesperada por Pedro Sánchez parecía segura. Respaldado por la militancia, éste ganó las primarias a Susana Díaz y le volvió a dar oxígeno. Al fin parecía que González tenía el horizonte despejado. Pero su bronca interna, ahora con Rafael Román, tras el desencuentro en el congreso provincial, lo puso contra las cuerdas. Lo curioso es que sus adversarios, en lugar de trabajar en una candidatura para desbancarlo, se limitaron a ningunearlo y a presentar una cara ya conocida: la cara de la derrota cantada. No hubo ni emoción. Fran González había logrado lo que nadie antes en mucho tiempo, que susanistas y romanistas se unieran bajo una misma causa. Pero él controla el censo (padres, tíos, hermanos, sobrinos...) y, tretas del destino, hete aquí que Pérez Peralta volvió a ofrecerle su mano a cambio de poder en su ejecutiva. El destino y los intereses volvieron a reunir a viejos amigos. Todo es posible por un jornal. El problema del PSOE gaditano ya no responde a su ideología perdida, es que perdió la memoria. Y el precio, sin duda, es su renuncia a ser una alternativa creíble, lo que beneficia a Podemos y también a un PP que, si acierta frente a una izquierda tan dividida, puede ganar.

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