Pablo Iglesias se ha tomado unas vacaciones escolares. Desde el día antes del Gordo -21 de diciembre-, no se ha vuelto a ver su coleta. Su apuesta soberanista en Cataluña ha sido un fracaso, y no tanto para los comunes, como para Podemos en el resto de España. Ni el sumatorio de los restos de Iniciativa por Cataluña más Podemos más lo que quiera que sea el espacio de Ada Colau ha dado resultado en esa comunidad. Una vez más, Iglesias se ha quedado desnudo. Aquel 23 de agosto en que quiso cenar en secreto en la casa de Roures con Doménech y la cúpula de ERC, incluido Junqueras y Rovira, fraguó un posible Govern de izquierdas; habría resultado mejor que lo que ahora se avecina, pero no han llegado ni a sumar. Calla Iglesias, mudo y sordo ante las advertencias que le hicieron de Carolina Bescansa e Íñigo Errejón. Calla, y no da la cara, mientras su dirección nacional lo asume como si fuesen lacayos de un monarca supremo que necesita que besen su sombra. Calla, y sólo escribe algunos mensajes en la red para lo de siempre: meterse con el Rey o con un periodista que perdió los nervios a cuenta de la dragqueen de Vallecas. Bye, bye, Pablo Iglesias: en el resto de España, no sólo dirás adiós a la posibilidad de adelantar al PSOE, sino que Albert Rivera, a quien llamas falangista, te sobrepasará por mar, tierra y aire.

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