Fue un drama en su día y sigue siendo actualmente un drama. Lo tuvo que ser aquel inesperado anuncio de que el bebé había muerto momentos después del parto, y debe estar siendo dramático el hallazgo de tumbas vacías, ataúdes inútiles sepultados sin restos humanos que vienen a alimentar la certeza, tantas veces nacida de la inefable intuición materna, de que aquella irremediable muerte no se había producido nunca. Las historias que se esconden tras los casos de bebés robados son sencillamente despreciables. Una trama de aquella alta sociedad que manejaba los hilos de una España en blanco y negro, y que entendía la infertilidad como una desgracia pública que podía encubrirse con dinero y la colaboración de destacadas personas sin escrúpulos que, quizás, curaban su conciencia pensando que a los niños les podía esperar una vida mejor que con sus pobres progenitores naturales. Vomitivo.

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