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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Trumpazo

LEO, porque me hace bastante falta, Cuéntalo bien (Plot Ediciones, 2007), el manual de escritura de Ana Sanz-Magallón. Explica, entre otras muchas cosas, que el mensaje hay que "grabarlo en el inconsciente del público, esquivando si es preciso su racionalidad […] No intentes convencer a nadie de ninguna verdad abstracta, ve al caso concreto, a la excepción que confirmaría la regla". La excepción confirmaría la regla, pero, gracias a la retórica, la revienta. Luego, pone brillantes ejemplos, pero yo ya me he quedado pillado con lo mío.

A menudo he advertido aquí contra el totalitarismo que más encima nos veo, que es el de las mayorías. Esto es, que, porque la gente decida que algo es de cierta manera, los demás tengamos que comulgar con esa rueda de molino, porque es la rueda del molino del sufragio universal. En plan Quijote, he embestido contra tal molino o gigante con mi lanza de racionalidad. Tan abstracta que hasta me he tirado a la aritmética. ¿Qué pasa -clamaba en el desierto- si la gente vota por mayoría absoluta que dos y dos son cinco, eh? No tuve éxito de crítica y público.

Ahora bien, si triunfa Trump, voy a disponer de un ejemplo de los que Ana Sanz-Magallón aprobaría. A casi todos parece un horror, aunque el hombre ganó sus primarias, con lo democráticas que son las primarias, ¿verdad?, y Hillary Clinton, con lo guay que es, no se le despega de las encuestas. He atisbado un filón argumentativo. He ahí un caso estupendo (en la historia abundan, pero la memoria histórica es, ya saben, muy selectiva). La mayor democracia del mundo votando tal vez a quien la gente considera un monstruo.

Más allá de lo divertido que sería contemplar de golpe tantas caras de perplejidad, me daría pie a retomar mi vieja advertencia; y desde la perspectiva de un impacto de aúpa, no de unas frías teorías. Todo el mundo de aquí vería con facilidad que la democracia no puede tener la última palabra en todas las cuestiones, sino que ha de convivir, como sabían los padres del sistema y sus mejores clásicos y sus teóricos más hondos, con unos límites estrictos situados más allá (por eso son límites) del arbitrio del sufragio. La dignidad humana, los derechos fundamentales, la libertad de conciencia, la separación de poderes, el Estado de Derecho, el sentido común son algunos de esos límites que, más que coartar la democracia, la cobijan. De su peor enemigo, que es la sobredosis.

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