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De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Torre de arroz

LA hora de la cena en una casa con hijos pequeños es la zona de las tormentas. El otro día se lió la de Troya porque mi mujer troceó el molde de arroz de mi hija de tres años. Fue sin inquina -lo aviso por si me lee alguien de Servicios Sociales, no vayan a quitarnos la custodia-, con la única intención de que se lo comiese. A mi hija le pareció terrorífico e injusto, y empezó a lamentar a voz en grito la suerte de su torre de arroz, ay, su torre, su torre. Seguro que las troyanas no lloraron con más sentimiento la caída de las blancas murallas de Ilión.

A primera vista, aquellos lloros sólo significaban que mi hija no tenía hambre, que por supuesto que no la tenía; pero en ese desgarrado planto épico había mucho más. Lloraba por todas las torres que han caído. La princesa Bibesco (1886-1973) decía, con razón, que la caída de Constantinopla era una desgracia que le había ocurrido ayer. También a mi hija la caída de Constantinopla le ocurrió el otro día, y lo de la torre de arroz, regada por el tomate frito, hacía de puro símbolo subconsciente. La vocación de las torres es resistir, pero su destino es caer. Y su esperanza, ser lloradas tal y como mi hija lloró a su torre.

Como el llanto no tenía fin, en un momento de debilidad, tuve un pensamiento mezquino, y suspiré: "A ver si llora así ésta cuando yo me muera". Fue, lo confieso, una reacción rácana, de mal gusto, pero me alegró, porque al instante vi claramente que en ese llanto inconsolable la niña también lloraba a título de inventario, prevención y ahorro por todas las desgracias que están por venir. Me sentí, como muerto futuro, magníficamente velado por esas lágrimas inconsolables, con la ventaja de que las estaba disfrutando en vivo y en directo. Eran una música muy dura, muy dulce. Animé a mi mujer (que, dicho sea entre paréntesis, empezaba también a impacientarse): "Deja que llore: una torre, aunque sea de arroz, merece su elegía". Si las campanas de John Donne doblan por todos los hombres, las lágrimas de la torre de arroz, ¿por qué no van a ser igual de universales?

"Mi torre, ay, ay, mi torre", siguió gritando mi hija, "mi torrecita de arroz", y aquello alcanzaba ya la belleza de un férreo romance de frontera. No sé por qué se nos tiene que caer la baba cuando nuestros hijos se ríen por cualquier cosa y nos ha de fastidiar que lloren por nada. Mientras que sea por nada, es por todo, y está bien.

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