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Tópicos y otras estupideces

Viene de lo mismo, del odio al distinto tras la creación de la distinción para poder desarrollar esa pulsión violenta

Cada cierto tiempo se nos insulta, nos faltan el respeto. No sé desde cuándo, pero es así, se cumple una fatalidad. No me enfadan los que lo hacen, me dan pena. Los andaluces somos más de ocho millones de personas, en 2016 éramos 8,388 millones exactamente. Más los que viven fuera de la geografía, fuera del territorio autonómico. Demasiados para que quepan todos -quepamos todos- en una simplificación del tipo "los andaluces son…". Ni para Andalucía vale ni para ningún otro territorio habitado por sus naturales. ¿Los asturianos son?¿Y los murcianos?¿Quizá los castellanos y leoneses? Así hasta abarcar al conjunto de los españoles gentilicios. Y tampoco para el nombre que comprende su conjunto: los españoles. Digo sin entrar de lleno en el tópico y otras estupideces. Pero así ocurre y últimamente un descerebrado ha dicho algo sobre la flojera o no sé qué de "los andaluces". Ha seguido a otros descerebrados que confunden el todo con la parte. Y lo digo yo que soy de la Isla y de Cádiz, o gaditano de la Isla, y luego español. Y finalmente andaluz, sólo finalmente. Por ser español sobre todo. Viene de lo mismo, del odio al distinto tras la creación de la distinción para poder desarrollar esa pulsión violenta y nociva, destructiva, guerracivilista. Es esa fatalidad como la fiebre, que canta la infección. Creo que Marañón definía algún síntoma concreto con las tres palabras definitivas: calor, color y dolor. A Góngora recuerdo en estos casos, en su famoso soneto "A Córdoba" expresa su amor a la tierra natal con las palabras definitivas. Recordémoslas: Si entre aquellas ruinas y despojos / Que enriquece Genil y Dauro baña / Tu memoria no fue alimento mío, /Nunca merezcan mis ausentes ojos/Ver tu muro, tus torres y tu río,/Tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

Córdoba, su patria, es la flor de España. Diríamos lo mismo de Cádiz y lo que nos mereceríamos, por la desmemoria: no ver el mar del verano ni las puestas de sol desde la Caleta o los castillos de San Felipe y San Sebastián, o la Alameda junto al mar, o el aire de Cádiz que cantó el gran Antonio Burgos en sus Habaneras, no tener el recuerdo de los veleros en la entrada de su puerto. Ni la provincia de su nombre, con sus ruinas y despojos, sus muros, sus torres y sus ríos. España es el jardín de todas sus flores gongorinas, su declaración de amor por la que no deberíamos. Así que ¿qué hacer con los tópicos y demás estupideces? Dejémoslas para las tablas del Teatro Falla de estos días.

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