HACÍA más de 16 años que no asistía a un Pleno Municipal. Como a muchos otros, que fuimos concejales en su día, la idea de participar en la tarea cotidiana que se cuece en el consistorio, no nos produce ningún atractivo. Todo lo contrario. Y mire usted por donde, por motivos profesionales, que tienen que ver con el mundo taurino, allí que me vi en ese salón de plenos, pero en esta ocasión en los bancos del público. Casi tres horas permanecí atento a lo que sucedía, por el resultado final de una gestión iniciada hacía meses y que culminaba con la decisión de los munícipes, que no por el escaso interés de lo que estaba sucediendo.

Traté de describir para mis adentros, bajando las escaleras del palacio del Polvorista, la crónica de ese insufrible tiempo en el que permanecí asido al banco de la ciudadanía. No entendía cómo era posible que un pleno de sólo cuatro asuntos se dilatase en más de 180 minutos de debate. Estéril por cierto, porque en la mayoría, después de poner a caer de un burro a Enrique Moresco y su equipo de gobierno, los grupos sumaban sus votos y apoyaban la propuesta debatida. Tedio sin más adjetivos que los que acompañan en el diccionario su significado: "del latín taedium. Aburrimiento extremo o estado de ánimo del que soporta algo o a alguien que no le interesa". Más medios de comunicación que ciudadanos seguían el litigio en que se había convertido aquella sesión. Porque sin duda lo que viví aquél día no era sino una disputa en toda regla para abarcar titulares de prensa. En uno de los puntos me quedé perplejo cuando un portavoz, después de arengar con todas sus fuerzas en contra de la propuesta que llevaba el concejal del equipo de gobierno para su aprobación, decía sin la más mínima sonroja que su grupo apoyaba la misma. Y se quedaba tan pancho.

Incluso al alcalde, sosegado en la mayor parte del desarrollo de la sesión, se le vio crispado acusando de falta de educación a uno de los ediles socialistas. Ese fue el culmen de un pleno para olvidar. Al menos para mí, pobre ciudadano que ese día y por cuestiones de responsabilidad profesional acudía presto a un pleno. Con suerte y una caña podrán pasar otros tantos, siempre y cuando alguno de mis clientes no me requiera a que pase por tan duro calvario.

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