Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Susana, el ratón y el gato

EN la segunda temporada de la serie "House of cards", Frank Underwood, a punto de ser nombrado vicepresidente de Estados Unidos, mira a la cámara y confiesa a los espectadores: "Y no he sido votado ni una vez para un cargo. La democracia está sobrevalorada". Los políticos reales no nos hacen estos apartes tan shakesperianos, pero quizá un pensamiento parecido cruzó alguna vez la imaginación de Susana Díaz.

Permítanme un ejercicio de política ficción, paralelo al de hace unos días, donde conjeturaba las estrategias de Rajoy a cuenta de los datos del barómetro Joly. Ahora atisbaremos la mente de Susana Díaz. Se la analiza con demasiada simpleza desde Madrid, barajando sólo las variables de su ambición personal y una falta de sintonía con Pedro Sánchez, olvidándose del factor Underwood.

Para deshojar en serio la margarita del liderazgo nacional, Susana Díaz tendría que hacer antes dos cosas. Una, fácil; otra, menos. Ha de ganar unas elecciones andaluzas. Sabemos que Moreno Bonilla no se lo pondrá complicado. Pero si ella se fuera primero, lo colocaría en una situación de ventaja con respecto a cualquier líder socialista subcontratado. Y si Susana Díaz propiciase con su marcha una derrota en el gran feudo histórico socialista, su liderazgo se esfumaría. Moreno encarna la zanahoria y el palo: sencillo de vencer por ella, correoso para un sustituto de última hora. Nadie podría atarla (por lo cómodo y por lo incómodo) más. Y luego lo difícil: nuestra presidenta tiene que acumular cierto bagaje de gestión exitosa. O Andalucía da un empuje en lo socio-económico y en lo ético-político o sus opciones de liderazgo nacional tendrán los pies de arena.

Cuando Susana Díaz renuncia a presentarse pero no renuncia o habla del horario de trenes, que no pasan o pasan, o hace movimientos subterráneos, como ha dicho Alfonso Guerra, no está jugando con el ratón Sánchez como un gato, tal y como se la quiere ver. O sí, pero encerrada en su propia ratonera. El paso de postularse a pilotar el PSOE es peligroso, prematuro y, en la práctica, imposible. Con su ambigüedad, Díaz trata de ganar tiempo y, sobre todo, influencia. Nada más.

Así es y cualquiera podría susurrarle al oído la soleá de Abelardo Linares: "Yo nunca te lo diré,/ pero sé que tú lo sabes/ y tú sabes que lo sé". Ramón Jáuregui, a lo vasco, casi acaba de hacerlo. La democracia no está tan minusvalorada como en las teleseries.

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