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La tribuna

Lourdes Alcañiz

Socialismo americano

Hace muy pocos meses, al final de la campaña electoral estadounidense, Obama hizo un comentario contestando a una pregunta de un fontanero que desató feroces críticas por parte de los republicanos. Obama dijo que subiría los impuestos a aquellos que ganaran más de 250.000 dólares anuales porque había que "repartir más la riqueza". Eso, y la llegada del socialismo a Estados Unidos, era uno para los republicanos. En aquel entonces (octubre de 2008) la palabra "nacionalizar" no se podía pronunciar, tanto por republicanos como por demócratas, sin persignarse antes tres veces seguidas.

Hoy la nacionalización de banca es una posibilidad abiertamente considerada, republicanos y demócratas rivalizan para ver quién da más dinero a los hipotecados morosos y el gobierno limitará los sueldos de los directivos de instituciones financieras que estén recibiendo ayuda. Este cambio radical en la filosofía de un país donde el rechazo a la intervención del gobierno en los asuntos económicos de sus ciudadanos está grabado en los genes es, probablemente, el mayor indicativo de la gravedad de la situación. Añadamos al panorama el ingrediente de la ansiedad colectiva grave porque nadie sabe en realidad cómo salir de esta.

En la ensalada de propuestas, la última de las ideas que está perfilando la administración Obama es crear un bad bank o banco malo o basura con los activos tóxicos que están impidiendo el saneamiento de los bancos. Muy bien. Pero, ¿cómo se valoran? Hay de todo menos acuerdo. Los bancos valoran estos activos en un extremo del espectro, minimizando las pérdidas, y los organismos crediticios en el otro. Lo malo es que al ritmo que van los impagos de hipotecas (la médula de estos activos) parece que van a valer bastante menos que lo que los más negros presagios auguran. Si esos activos se venden a esos precios de risa los bancos que los posean registrarán grandes pérdidas haciendo que se queden sin capital y vuelta a empezar con la resistencia a dar créditos, que es donde estamos ahora. Y si se venden a un precio inflado que no es el real, el pato lo pagarán los contribuyentes que serán los que soporten las pérdidas.

Dado que esta última vía parece ser la que cuenta con más boletos en la rifa, muchos analistas económicos se están preguntando por qué no nacionalizar la banca y acabar de darle vueltas al asunto. Si al final es el dinero de los contribuyentes el que va a arreglar el desastre, por lo menos que sean "accionistas" de esas entidades. Aunque el debate está tomando más fuerza, el equipo Obama no lo tiene tan claro. "Los gobiernos no son buenos banqueros", ha dicho Tim Geithner, secretario de Tesoro, a lo que Paul Krugman, Nobel de Economía, ha respondido: "No podemos arrojar billones (con "b") de dólares a un pozo sin fondo para preservar la ilusión de que los bancos continúan en manos privadas".

En otro frente parece que está emergiendo un acuerdo entre los legisladores sobre el papel central que tiene en la crisis estadounidense el hundimiento del mercado inmobiliario, que sigue sin tocar fondo. Para los endeudados, intentar reducir sus pagos o encontrar alguna medida que les permita conservar su casa es parecido a Pesadilla en Elm Street. Por ello, algunas de las medidas en las que están trabajando los legisladores es dar a los jueces poder para reducir los pagos hipotecarios y dirigir parte de los paquetes de ayuda a evitar el colapso total de este sector.

En medio de todo esto, entre tragicómico y esperanzador, están los destellos del espíritu empresarial americano: tours en autobús de los barrios donde más embargos está habiendo para poder ver cómodamente por la ventanilla las múltiples posibilidades de compra, mientras el conductor anuncia el precio a través del micrófono; fabricantes de coches que venden sus vehículos con un seguro contra el desempleo (si te quedas sin trabajo, devuelves el coche sin que eso impacte tu historia crediticia) o grupos de ayuda para esposas y novias de habitantes de Wall Street que han cambiado de Mr. Hyde al Dr. Jekyll a consecuencia de la crisis.

En toda crisis hay una oportunidad, dice el saber oriental. Es cierto que pocas oportunidades como esta puede tener una administración para cambiar sistemas financieros a los que antes no había quien metiera mano, el entramado de la falta de cobertura médica para millones y millones de ciudadanos o los exorbitantes precios para poder acceder a una carrera universitaria. Pero por el momento la sensación colectiva es la de las arenas movedizas: cuanto más intentas salir, más te hundes. Esperemos encontrar donde agarrarnos pronto.

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