Sobrevivir a la gloria

Lo que cuesta del fracaso es mirarlo a la cara; de la gloria lo que cuesta es verle las espaldas

Me alegra muchísimo que 25 años después se siga homenajeando a José Manuel Moreno Periñán. El ciclista chiclanero ganó para España en los Juegos Olímpicos de Barcelona la primera medalla y fue de oro y nos supo a gloria y lo era. Ayer firmó en el libro también de oro de la ciudad, y hoy se organiza en su honor el Día de la Bicicleta en el velódromo que ya lleva su nombre y en el que se espera batir el récord de concentración de ciclistas. Son homenajes que se suman a la insignia de Oro (¡también!) de la ciudad en 1992 y a la Medalla de Oro (¡cómo no!) de la Real Orden al Mérito Deportivo, que recibió en 1994.

Aplaudo que Chiclana no olvide a su deportista, ni el resto de los españoles, y me sumo al homenaje, si vale desde aquí, sin pedalear. El éxito organizativo de los Juegos Olímpicos de Barcelona no hubiese sido redondo si no hubiese ido acompañado de éxitos deportivos y del récord para el medallero español. Conmemorar aquellos Juegos ahora, con el problema catalanista encima, nos viene estupendamente para recalcar lo bien que hacemos las cosas juntos. Pero es importante no olvidarnos de los deportistas, que no todo pueden ser guiños a Junqueras y tirones de pelo a Puigdemont.

Aunque mi interés estriba en otro sitio. Al final de la noticia del Diario se leía: "Actualmente, es embajador de los centros Go-Fit, que cuentan con 14 instalaciones en España y Portugal". El presente de Moreno Perpiñán estaba ahí y me encantó ver que se había situado. Uno puede ser un velocista, pero la vida es una carrera de fondo. Muy larga. Los deportistas, con sus vidas activas tan limitadas por el tic-tac de la edad, tienen siempre un obstáculo en el futuro próximo.

Por mi amor apasionado a la rutina; por mi predilección por el presente, más vívido que el pasado y más tangible que el futuro; y porque, igual que lo que cuesta del fracaso es mirarlo a la cara, de la gloria lo que cuesta es verle las espaldas, me quedo con el trabajo de hogaño del deportista de antaño. Quizá lo más heroico de los deportistas triunfantes sea el día a día tras el día de los días de la medalla y el laurel. Para subir al podio hay que haber podido, pero para bajarse hay que saber. Mezclándose con nosotros, encarando un oficio, los deportistas de élite nos dan su lección más grande. Porque la gesta deportiva nos pudo enorgullecer, pero el ejemplo de la normalidad nos exige y acompaña, que es mucho más.

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