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La cornucopia

Gonzalo Figueroa

Simplismo obispal

EL obispo de Tenerife declaró que la homosexualidad era mayoritariamente un vicio, equiparándola a la práctica de abusos a menores, llegando a decir que "hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Inclusoýte provocan". Los colectivos gays españoles mostraron su irritación por unas manifestaciones que consideraron injuriosas y muy "alejadas de los valores de nuestra sociedad".

Por mi parte, sin perjuicio de coincidir, en general, con las protestas referidas, estoy bastante convencido que estas expresiones que ciertos purpurados sacan a la luz periódicamente son una forma de desviar la atención de la opinión pública, evitando que se juzgue a la Iglesia por los abusos detectados en los medios docentes, además de los casos en que, por razones de reserva y vergüenza, nunca llegan a denunciarse.

Es interesante comparar estas rebuscadas actitudes eclesiales contemporáneas, emitiendo juicios seudo-científicos sobre temas que no le conciernen, con las reacciones del clero secular al analizar los comportamientos sociales al tiempo de las Cortes de Cádiz, en plena discusión sobre el texto de la futura Constitución de 1812. Hace doscientos años eran impensables estas disputas sobre conductas sexuales que se estimaban propias de la conciencia más intima de los mortales. En cambio, los religiosos sí que expresaban con pasión sus inquietudes socio-económicas en relación con los más desposeídos. Tal como cuenta Ramón Solís en El Cádiz de las Cortes, fueron sacerdotes los que, vehementemente y sin recato, defendieron a las clases pobres de ese momento, anticipándose de manera ejemplar a las encíclicas papales posteriores que, inspiradas en concepciones más modernas, introdujeron la preocupación social y económica a la labor pastoral de sus ministros. Así, el Cura de Algeciras expresaba: "¿Cuándo acabaremos de entender y penetrar que la política de los Estados debe ser la justicia y la igualdad en acciones, en pesos y medidas y en nivelar a los hombres por sus méritos y no por eso que titulan cuna? Abrazaré tiernamente y estrecharé en mi pechoýa un negro, a un etíope si le veo adornado de merecimientoýmiraré, por el contrario, con execración y oprobio y escarnio a un grande de la Nación, por otra parte prostituido".

No era raro escuchar tales afirmaciones en ese tiempo. Ya lo decía Federico Rubio: "Cádiz ofrece una excepción en tal sentido. No hay más clase que una, dividida por la educación: cultos y menos cultos." ¿Seguirá siendo cierto?

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