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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Sherlock

DECÍAMOS ayer que los mítines tienen un interés limitado y decreciente. Aunque confluyen mil motivos, la razón fundamental es la desconexión entre los discursos y la realidad de la política y del gobierno percibida por el pueblo. Hay una prueba definitiva. Mientras nuestros políticos sueltan sus tópicos enlatados y fríos, se dispara el fervor por series que revelan las encarnizadas luchas de poder y los descarnados modos de la política, como Juego de tronos, The thick of it, House of cards, Borgen o Boss, entre otras. El público encuentra completamente verosímil el atroz maquiavelismo de la ficción y no se cree las edulcoradas declaraciones oficiales. Todo un síntoma.

Hay una excepción curiosa a esta fiebre. La serie Sherlock no sólo no trata del poder y sus mecanismos: exhibe un monolítico rechazo explícito. El sagaz sabueso repudia cualquier ambición pública. Para hacer el rechazo más explícito tenemos a Mycroft Holmes, hermano mayor del detective, cuyo alto cargo en la administración es constantemente despreciado. No deja de ser otra manifestación, completamente distinta, mucho más noble, por reacción, de la misma realidad: la prevención generalizada contra la doblez de la política y la penumbra profunda del poder.

Elaborados enigmas argumentales aparte, la serie Sherlock tiene unos mensajes de fondo de claridad diáfana. No hay episodio sin su loa al trabajo. Cada dos por tres el detective aparece estudiando. Sus extraordinarias dotes se sustentan en horas de esfuerzo y experimentación. Hablando de trabajo, el detective vive su tendencia homosexual con una explícita castidad gracias a la dedicación a su oficio. En esto, en términos prácticos, Mr. Holmes cumple a la perfección los consejos del catecismo de la Iglesia Católica, muy curiosamente. Lo cual, tal vez, facilite que su relación con el doctor Watson sea un De Amicitia clásico, y verdadero motor de la historia. Del último episodio y de su inesperada, tras tantos episodios de elucubraciones imposibles y soluciones sorpresivas, apuesta por la fuerza simple y la legítima defensa, yo podría decir mucho, si no temiera estropearle a nadie el suspense.

Además, no vine a enumerar las múltiples singularidades de Mr. Holmes, sino la mayor y más actual. Su flemático desdén por las intrigas del poder. ¿Será la única opción para no caer en el crudo maquiavelismo que recrean -y en el que se recrean- las otras series?

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