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Cuarto de Muestras

Sentencias

El agravio comparativo ante casos de corrupción es lo que más desconfianza infunde en la justicia

Las sentencias deberían servir para tranquilizar a la población, no para escandalizarla. La gente de bien piensa que la sociedad se ha dotado de un sistema judicial que, con todos sus defectos, permite relegar la venganza, la ley del talión o cualquier otro sistema primitivo, quizás más justo, pero mucho menos civilizado. Reconocer la autoridad de dicho sistema es vital para que la sociedad se sienta segura. No siempre sucede.

Nos hemos acostumbrado a que los fallos judiciales ocupen las portadas de los periódicos y a que, lejos de tranquilizar y restablecer el orden, provoquen asombro cuando no indignación. Los juicios acaparan los noticiarios porque en el banquillo se sientan desde miembros de la corona a folklóricas, políticos de toda ideología, sindicalistas, empresarios de renombre, banqueros y demás gente de buen vivir. Cuando el que se sienta en el banquillo es un desgraciado a nadie le da por pensar que el tribunal ha sido tocado o influenciado, pero cuando ocupa el banquillo el yerno del rey, el expresidente de una comunidad autónoma o cualquier persona de peso, las interpretaciones se disparan y hay comentarios para todos los gustos. Sabemos que cuando salga la sentencia del caso Urdangarín no contentará a nadie, lo condenen a lo que condenen y, los verdaderamente enjuiciados serán los magistrados a los que ha tocado en suerte semejante patata caliente. Gajes del Oficio.

El agravio comparativo ante casos de corrupción es lo que más desconfianza infunde en la justicia. Mi marido no entiende que los Pujol se paseen tan campantes por la calle y que el patriarca ejerza de ofendido y que hayan heredado las minas del rey Salomón. Le llama la atención que en Cádiz, una suerte de martillo de la corrupción política, haya tantos casos y tantas sentencias condenatorias que por ahora, todo hay que decirlo, van siendo confirmadas por el Supremo.

El otro día en este mismo Diario, compartían protagonismo Pacheco y Luciano Alonso, uno condenado y otro absuelto por casi lo mismo, colocar a fantasmas de su cuerda en organismos políticos. Le intento explicar a mi marido que no hay dos casos iguales, pero me dice, sí claro, uno se lo ha montado mejor que el otro y no le ha perdido la soberbia. En mi catequesis jurídica, le insisto en que todos somos inocentes hasta que no se demuestre lo contrario, pero, siempre me da la misma respuesta: unos más que otros, de toda la vida.

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