HABLANDO EN EL DESIERTO

Senado políglota

Los curas vascos hasta finales del siglo XVIII, aparte de decir la misa en latín, la lengua litúrgica universal del catolicismo, predicaban en los distintos dialectos vascuences en las parroquias donde no se hablaba, o se hablaba poco y mal, el castellano y procuraban enseñar la lengua común española a sus feligreses, sobre todo a niños y jóvenes, para que tuvieran más oportunidades de encontrar trabajo fuera de su valle e incluso de hacer fortuna en el resto de España, América y demás colonias. Después de la Revolución Francesa la jerarquía eclesiástica recomendó a los párrocos que no enseñaran castellano en los lugares aislados donde no se hablara para que no llegaran las ideas disolventes de la revolución. Hablar español era un progreso que ampliaba las perspectivas de trabajo y estudio para los vascos y lo contrario los aislaba y los empobrecía económica y culturalmente.

A ningún socialista del mundo se le ocurría pensar que las hablas minúsculas favorecían el avance de las ideas y, por tanto, de las revoluciones que propugnaban, y que las lenguas comunes, francas y ampliamente usadas fueran un retroceso para el bienestar de los pueblos. Así ha resultado en España por estrategia política, de modo que las lenguas han adquirido ideología: el castellano es de derechas y el mirandés de izquierdas. No es así sino para los simples, pero así debe parecer. El Senado de España ha incluido en sus sesiones varias lenguas minoritarias españolas a pesar de que todos los senadores conocen el castellano con naturalidad. Han agraviado a otras hablas que no han sido incluidas en la babel de los senadores: el aragonés del Pirineo, el bable, el mallorquín, el menorquín y el ibicenco, el sayagués, el aranés, el ya citado mirandés y el habla de Puente Genil, curiosidad esta última estudiada por Manuel Alvar.

Desde que empezaron las revoluciones contemporáneas y se inventó el concepto de izquierda, a nadie progresista se le había ocurrido pensar que una mínima nación independiente en un valle del Cáucaso, con un idioma usado por doscientos hablantes, pudiera ser nunca moderna, revolucionaria y de izquierda, sino todo lo contrario. Francia, Rusia o China, por escoger tres sonadas revoluciones, favorecieron la enseñanza de una lengua común, franca, en todo su territorio para, en primer lugar, divulgar sus ideas y, luego, facilitar el movimiento de personas y mercancías, difundir técnicas y descubrimientos, hacer más fácil el acceso a estudios y trabajos diversos y, en fin, llevar la modernidad y el progreso revolucionarios al último confín de la nación. Pero las revoluciones han perdido clientela y la izquierda es puramente nominal y reaccionaria en los países civilizados, y se ve obligada a rescatar políticas del Ancien Régime por si cuelan como de izquierdas y le hacemos algún caso.

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