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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Santa Rita

SE han solapado dos noticias distantes en el periódico. La Diputación de Navarra ha decidido retirar el título de hijo adoptivo a Franco, por un lado, y se protestaba, por otro, de que en los recuentos electorales se escape a veces decir "Barbate de Franco", cuando Barbate se quitó el apellido, como mandan los cánones. Lo cual me ha recordado, con independencia del viejo general, mi viejo propósito de encomendarme en un artículo a la advocación de Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita.

Que no salten de sus sillas los malpensados todavía. También me parece fatal que Tarragona retire su medalla de oro a Jordi Pujol, con lo que le gustaría tenerla, siendo de oro; ni que la Diputación de Lugo le quite la suya, de oro igualmente, al ex director de Caixa Galicia José Luis Méndez, otro enorme aficionado al vil metal. La Universidad de Alicante ha retirado el título de doctor honoris causa a Rodrigo Rato, vaya. Y aquí exigieron a Isabel Pantoja que devolviese su medalla de Andalucía, ea. Podríamos poner más ejemplos, pero la mecánica está clara. Queda justificarla.

No digo que sea un timbre de gloria que determinadas personas ostenten los máximos honores y dignidades. Pero esas cosas hay que pensárselas antes. Lo del pasito atrás y donde dije "oh" digo "no" no resulta digno y puede ser contraproducente, por lo que implica de fama de rebote, literalmente. Lo suyo sería vencer en su momento las tentaciones de adular al poderoso, de surfear las oleadas de la fama, de inclinarse ante el dinero, poderoso caballero, etc. Una vez dados los honores, debería regir una una usucapión adquisitiva, esto es, que queden para siempre, eso sí, quedando muy claro quién los dio. Serviría, en los peores casos, de aviso a los premiadores y palmeros del presente. En otros supuestos menos notorios, podemos caer en el ridículo balancín que decía José María Pemán, con nombres de calles y monumentos que van y vienen, vienen y van, según el signo político de cada instante.

Tanto el callejero como los homenajes y los honores cumplen, además de la función primaria del reconocimiento civil, otra, implícita, que va aflorando con el tiempo, de testimonio histórico. Seríamos un pueblo más sabio y más serio si no repasásemos y repusiésemos el pasado a cada paso. Si algo avergüenza, pues mejor; así no se repite. Lo advirtió Santayana: los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

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