Barcelona se acostó republicana y se levantó como siempre, en España: la revolución de los pijamas llega a su fin, no hay ocupaciones masivas de edificios ni barricadas ni hiperventilados con túnicas blancas como Gandhi. Por no haber sigue sin haber policías nacionales ni guardias civiles ni soldados, el Estado ha acabado con el golpe a base de BOE y de Íbex. Ni tienen las calles ni gozan de la mayoría, les queda la TV3, pero no cuentan ni con el silencio de los humillados, nunca se han visto en Barcelona tantas banderas españolas. Ni por el Mundial de Sudáfrica. Los padres indepes llevaron a sus hijos a los colegios el viernes anterior al 1 de octubre, habría fiesta de pijamas, talleres y cenas de fiambreras, todo muy cool, muy hípster, resistencia pacífica, civilismo, todo muy alejado de la caspa española, de Manolo Escobar, de Madrid y de los botijos, se trataba de una protesta estética que muchos suscribiríamos, aunque nos neguemos a llevar el uniforme oficial de catalán modernito de camisa oscura y gafas blancas de pasta. No se rían, pero esto no ha sido nada serio, una revolución, una independencia unilateral, no se gana con pijamas, se gana con razones (y objetivas no tenían ni una), masas y violencia, y los padres y madres hípster se creyeron que con dos pelotas de goma eran chechenos resistiendo a la Rusia imperial.

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