DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Respetable masa

LA opción escolar entre letras y ciencias, que partía nuestra cultura con el tajo agrio y frío que divide un limón, tenía una ventaja colateral: a los de letras nos hacía refractarios a los números. Para las Humanidades viene bien un ligero vértigo ante la aritmética. El interés debe estar en el hombre: "el hombre" en singular no por abstracto, sino por cualquiera, por único. Para subrayarlo se ha dicho que Dios sólo sabe contar hasta uno. Es una exageración, pero hermosa y, a fin de cuentas, verdadera.

Lo explica Ewelyn Waugh en su trilogía Espada de honor cuando, ante el horror de la II Guerra Mundial, un personaje advierte que "los juicios cuantitativos no valen", que habría que ir alma por alma viendo si la guerra sirvió para salvarla o para hacerla mejor. Un juicio así escapa a nuestra capacidad, pero no está de más guardarse de los cuantitativos en la medida de lo posible si atañen al ser humano. No es fácil, porque la economía con sus contabilidades, por un lado, y la democracia con sus recuentos, por el otro, fomentan incansablemente una cultura del cálculo, que se extiende a todo.

Abundan los ejemplos. La importancia que se da al número de ejemplares vendidos de un libro o a los resultados de taquilla de una película o a los visitantes a una exposición de pintura es desorbitada. E internet la multiplica: ¡cuánto se mira el número de seguidores o de retuiteos de una página! No cuentan ni el fondo ni la forma ni la fusión de ambos, como debería ser. Sólo cuenta la cuenta. Especial bochorno producen tantas discusiones por el número de asistentes a las manifestaciones, en vez de preocuparnos por la justicia o sinrazón de sus motivos. "¡Contadnos bien!" resulta con frecuencia el eslogan coreado con mayor entusiasmo.

En las lecturas poéticas o en las presentaciones de libros la cosa adquiere tintes tragicómicos. Los asistentes se distraen contando a los asistentes (aunque no tardan mucho en hacerlo), los organizadores se afanan en disculparse por la falta de respetable público y todos compadecen ostensiblemente al protagonista. Yo, en ese trance, me dedico a citarles a Heráclito: "Uno para mí es cien mil si es el mejor"; y, en vez de contar, les cuento lo de José María Valverde, que recordaba que en la Barcelona franquista a los actos literarios no iban nunca más de 13 personas, no por respetar las restricciones legales, sino porque la poesía es para pocos. No les convenzo, distraídos como están mirando si entra alguien. Lo escribo por si consigo que esta tarde, que presento mi nuevo libro en Cádiz, no me traten con tanta pena, que al final se contagia.

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