de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Reforma y viceversa

COMO uno de los males de España es la precipitación, evitaré analizar la propuesta de reforma educativa de Wert, como si fuese un tertuliano, sin estudiarla a fondo. A bote pronto, tiene cosas que suenan muy bien, otras bien y otras mal, pero ya veremos. Lo que sí puedo decir es que, por muy malas que sean las medidas, son lógicas, porque la educación está grave, y algo hay que hacer; y también puedo predecir que, por muy buenas que sean, serán inútiles. El gran problema de nuestra sociedad es la educación, sí, pero el gran problema de la educación es la sociedad. Si sólo se reforma la educación, por muy bien que se haga, no se estará atajando más que la mitad del problema como mucho.

Por eso, aprovechando que esto lo tengo muy sufrido y muy pensado, habría que animar a los políticos a reformarse a sí mismos con carácter de urgencia. Se hace difícil exigir a los alumnos que no copien cuando la mayoría de los discursos y pensamientos de ellos son frases hechas y tópicos revenidos. ¿Cómo pedirles que nos respondan con respeto cuando los gobernantes no admiten preguntas en sus ruedas de prensa, tan satisfechos? Y cuánto nos cuesta hablar a los adolescentes de sinceridad y honestidad en el trabajo cuando la mentira se ha convertido en una herramienta muy principal de la política.

El amor a la ciencia y al arte brilla por su ausencia. Tanta celeridad indolora para recortar en investigación no ayuda a forjar vocaciones científicas. ¿Y a qué político importante actual se le conocen lecturas de peso? ¿Qué música escuchan? De higos a brevas sueltan alguna cita prestigiosa, pero huele a refrito. Lo que les gusta es el Marca, y se les nota. Lo que les interesa es la economía, y se ve. Luis Felipe Vivanco hablaba del poso que deja en el alma haber leído de veras la Divina Comedia, con su infierno para los que dividen patrias, para los que quebrantan la moneda, para los traidores, para los ladrones... ¿Hay algún político al que se le note, aunque sea un poquito, que leyó a Dante? ¿A Cervantes? ¿A Shakespeare? ¿A don Antonio Machado, al menos? Más que doscientos y pico retoques a los programas académicos, harían, por la educación de los jóvenes, unos hombres públicos y poderosos que demostrasen que la cultura y el estudio son actividades de riesgo apasionantes con una proyección vital auténtica. Por supuesto, los políticos no son los únicos ni los principales modelos sociales que podrían transmitir más entusiasmo por la cultura y el estudio. Pero los actores, los cantantes, los deportistas y los guionistas de las series de televisión no tienen una responsabilidad directa en la educación ni se meten a reformarla cada dos por tres. Sería interesante que desde los colegios y los institutos y en justa correspondencia, por cada nueva reforma, elevásemos un pliego de propuestas de reformas políticas y sociales orientadas al bien de sus alumnos.

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