De poco un todo

Enrique García-Máiquez

Rasgarse las vestiduras

ME llama un amigo para clamar contra la crítica que le arrean a su último libro. Da pena oírle, diría, si no fuese porque en realidad lo que mete es miedo. "No merece la pena", le consuelo, aunque pienso: "No merece el berrinche". Como él no admira al crítico ni lee sus reseñas ni su obra de creación, le propongo este epigrama respondón de Leandro Fernández de Moratín: "Tu crítica majadera/ de la letras que escribí,/ Pedancio, poco me altera./ Más pesadumbre tuviera/ si te gustaran a ti".

Pero le parece poco, y sigue en sus trece. Mientras le oigo, pienso que estoy ante una muestra más del estado de ánimo que se ha enseñoreado de la sociedad española. Protestamos de una manera cada vez más gesticulante y grandilocuente. Si la crispación fue el tono de la primera legislatura de Zapatero, el de ésta es la indignación.

Fíjense en los adjetivos ("incalificable, inaceptable, miserable, rastrero") con que califican a Mayor Oreja por hacer pública su sospecha de que el Gobierno quiere negociar con ETA. Todos preferimos que se equivoque, pero a qué viene tanta pose ofendida. Si Mayor yerra, él quedará en evidencia y el Gobierno ganará en credibilidad. Y no les acusa de algo que no hayan hecho antes ni de lo que parezcan abochornados.

Incluso lo que sí provoca nuestro escándalo, sufrimiento y vergüenza, como los abusos a menores y especialmente aquellos (que no son todos ni la mayoría) que se han producido dentro de la Iglesia, está levantando una indignación indiscriminada y, a veces, interesada, que no ayuda al esclarecimiento de la verdad, que es lo que importa. Sobre los culpables ha de caer la justicia humana y la divina, como advierte Benedicto XVI. Dejarse arrastrar por generalizaciones y prejuicios anticlericales es inútil e injusto.

Por suerte, otras indignaciones son por temas menores. Bastantes gallegos están negros con que Rosa Díez usara el término "gallego" para referirse a esos caracteres que no se sabe si suben o bajan las escaleras. O sea, un clásico. Y otros se han echado al monte por una crítica de Esperanza Aguirre a los subsidios socialistas, que no a Andalucía. ¡Y cómo están algunos de dolidos (y de faltones) porque al juez Garzón se le aplique la ley, que rige para todos!

Casi nadie responde a las críticas con un deportivo desprecio (como Fernández de Moratín) ni con una salida de humor ni, sencillamente, con argumentos e inteligencia. Recurren a la indignación quizá como un método de amedrantamiento. "La cólera nos suele convertir en un espantapájaros", advirtió Rosales, pero aquí todo el mundo, zas, se rasga las vestiduras a la primera de cambio. En Jerusalén los fariseos, para ese particular, ya se hacían unas oportunas costuras en su ropa. Llevamos el mismo camino. El código de lo políticamente correcto se está convirtiendo en algo más estricto y esclerótico que el código de honor del Siglo de Oro. Vaya progreso.

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