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Ramillete

No tuve tiempo de advertir a mis amigas que mi sección no es, ay, el Balcón de Ignacio Casas, tan fotogénica

Ayer fuimos al campo cinco familias amigas. Ya la primavera -la resurrección- había hecho su trabajo a conciencia, esto es, su profecía; y los bordes del carril derrapaban, desbordantes de colores y olores. Tras el largo paseo, yo iba el último, casualmente, resoplando, porque también hacía calor. Y veía a las niñas del grupo saltar como en una serranilla del marqués de Santillana, incansables, de un lado a otro del camino. Cuando llegamos a la casa, nos mostraron un pequeño ramillete, resplandeciente y compacto. Lo primero que me llamó la atención era su colorido, que, si no estuviésemos allí con nuestros propios ojos, diríamos que había sido retocado por medios digitales. Lo segundo, que las niñas hubiesen optado por la contención y no se hubiesen dejado arrastrar por los cantos de sirena de la abundancia, apareciendo con una carretada abusiva de flores. Lo tercero, que lo hubiesen conservado: en el último repecho del camino, cuesta arriba, la tentación era, como los ejércitos derrotados, soltar todo lastre; pero se habían traído delicadamente su ramillete.

Aunque no soy muy de fotos, me dio el flash de hacerles una. Preadolescentes en su mayoría, lo normal hubiese sido que recibieran mi propuesta con un bufido; pero, como son preadolescentes educadas, se resignaron con una sonrisa forzada. Hasta que una de ellas se acordó vagamente de que tengo algo que ver con el Diario. "¡Es una foto para el periódico!", grititó. Y se iluminaron las sonrisas y empezaron a salir niñas corriendo de las esquinas para la fotografía del grupo, abrazadas y felices. No tuve tiempo de advertirles que mi sección no es, ay, el Balcón de Ignacio Casas, tan fotogénica, sino esta columna en blanco y negro, que no llega a la mitad de las mil palabras que podrían valer lo que una imagen.

Hago aquí lo que puedo, sin embargo, para que no se diga que fui indiferente a su ilusión del campo y a la desilusión de hoy de abrir el periódico buscando su ramillete y sus sonrisas. Se merecerían una primera plana, de esto estoy seguro. Pero como no hay mal que por bien no venga, pensad, Elvira, Teresa, Gadea, María, Luz, que el ramo de flores también se marchitaría poco a poco en las fotografías. Incluso también (no nos pongamos jamás demasiado literarios) en la memoria. Donde no dejará de brillar nunca, aunque olvidado, es en vuestra amistad y en vuestra atención delicada a la belleza y la alegría.

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