LOS partidos políticos tienen la gran habilidad de vendernos, ahora y como regalos suyos, lo que quizá lleguen a hacer en el futuro y con dinero nuestro. Probablemente, si estuvieran haciéndolo ya, o a ello se obligaran, con el dinero y trabajo gratuito de sus afiliados, nos resultarían más admirables y las campañas electorales serían bastante menos fantasiosas. Claro que entonces, en vez de partidos políticos es posible que estuviéramos hablando de la Iglesia.

Y es que en estos días se ha sabido que tan denostada institución ahorra cada año al Estado una vertiginosa cantidad de dinero que oscila entre los 30.000 y los 36.000 millones de euros en políticas sociales, es decir entre cinco y seis billones de las antiguas pero todavía más fácilmente imaginables pesetas.

Ese cálculo es el resultado de ponderar el gasto que tendría para la hacienda pública el sostenimiento integral de 5.141 centros de enseñanza, con más de 990.000 alumnos, de 107 hospitales, 1.004 centros de acogida de ancianos, minusválidos y vagabundos, 365 centros de reeducación social para marginados de diversa índole y 937 orfanatos donde se atiende a casi 11.000 niños.

Hay que añadir la labor interior de Cáritas, cuantificada en 155 millones de euros, y los otros 64 millones que la Iglesia española destina a ayuda exterior a través de sus ONGs. Y también la ingente cantidad de recursos que se destina al sostenimiento del patrimonio histórico y artístico, que supone el 80 por ciento de todo lo que se invierte en España en ese capítulo.

Todo este inmenso esfuerzo, del que se beneficia toda la sociedad y no sólo los católicos, pues a nadie se le pregunta por sus creencias para visitar un templo, recibir una ayuda, ingresar en un hospital o acudir a un colegio religioso, es en parte resultado de la cooperación entre la Iglesia y el Estado, pero sólo es posible gracias a la contribución y al trabajo voluntario y gratuito de millones de cristianos, desde obispos hasta laicos de toda edad y condición, un trabajo cuyo valor de mercado no se ha incluido en las cifras astronómicas arriba mencionadas.

La coincidencia ha vuelto a unir la Cuaresma con las elecciones generales. Eso nos ayuda a percatarnos del hilo sutil que vincula conceptos como los de penitencia y de promesa. Soportamos con espíritu penitente la continua invasión de nuestra vida por la política, pero podemos consolarnos con la esperanza de tanto bien en perspectiva como se nos promete. Nadie pretende que los partidos se conviertan en sociedades benéficas, ni siquiera filantrópicas, pero sobre todo a esos que propenden a sustituir a la Iglesia y hasta nos ofrecen ya razones para creer y no sólo para votar, los ciudadanos, especialmente los cristianos, deberíamos hacerles ver que sabemos distinguir entre el simple predicar y el trigo limpio, hecho pan para todos.

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