La comparsa de Momo retrató como nadie cómo es un sábado de Carnaval. Este año su profecía se ha cumplido al cien por cien. Miles de personas convierten a Cádiz durante unas horas en un gran botellón. La diferencia con un fin de semana cualquiera es que la inmensa mayoría de la gente está disfrazada y que se vuelve a ocupar la calle, después de las restricciones de la Ley Antibotellón. Coches y barras con la música a toda pastilla, urinarios improvisados en cada casapuerta, alcóhol a raudales y muchos patosos dispuestos a hacer lo que sea por acabar acompañado esa noche. Muchos gaditanos renuncian ya a esas horas por muchos motivos, pero entre otras cosas porque gran parte de los que están esa noche en la calle pasa del Carnaval. Esta fiesta es libertad y se entiende el desmadre, pero hasta cierto punto. Cuando se traspasan los límites y se llega a lo cafre es cuando ya nada tiene sentido.
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