Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

La torre del vigía

Ana Rodríguez / De La Robla

Petardos

Los sufrimos el 24 y el 25, el 31 y el 1, y en las últimas horas han vuelto a acometernos las inefables hordas devotas del petardeo nocturno y estulto. Cualquier festiva excusa es buena: las fiestas en nuestro país no son fiestas si no hay sangre, borracheras o decibelios -y preferiblemente la santísima trinidad en su conjunto-. Semejante mal se padece desde tiempo inmemorial, y por ello las consecuencias son harto conocidas: ruido insufrible, destrozos varios en el mobiliario urbano, saturación en los servicios de urgencias por accidentes y quemaduras, niños y jóvenes con dedos de las manos amputados y, lo peor de todo, más de una víctima ajena a tales actividades que, no obstante, como la inocente muchacha jerezana de que hemos tenido noticia en estos días, comienza el 2008 sin un ojo y con la cara irremisiblemente destrozada.

El Padre Gobierno se afana a diario en velar por nuestro bienestar con muchas palabras y pocos hechos. Las cajetillas de tabaco rezan "fumar puede matar" y la Dirección General de Tráfico agita el dedo admonitoriamente diciendo que "las imprudencias se pagan". Demasiada literatura para tantos brazos cruzados. 'Res non verba', aseveraban los latinos, pero como en España de latín ni idea, todos tan contentos al amparo de una ignorancia interesada. La ley antitabaco es el pito del sereno en la mayoría de establecimientos de hostelería y al guardia de turno le es más cómodo multar al señor que circula a 70 en carretera comarcal que al que lo hace a 200 en autopista. En cuanto a los petardos -me refiero a los que estallan, por no hacer juegos de palabras demasiado obvios-, a pesar de conocer sobradamente las desgracias que acarrean, nadie mueve un dedo para prohibirlos, y prohibirlos de forma efectiva, no tan sólo en un papel. En este país no se puede tener una pistola sin licencia, pero se consiente la venta de peligroso material pirotécnico, en la mayor parte de los casos a menores de edad; tampoco olvidemos la caterva de padres descerebrados que facilitan ellos mismos semejante material a los chicos, ni la siniestra figura del vendedor sin escrúpulos.

En mi carta de este año a los Magos de Occidente he pedido silencio. Sólo falta que los Reyes lleguen también tirando cohetesý

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