Partir del partido

La fidelidad es una de las virtudes más hermosas, pero hay que guardarla para lo que merece la pena

Ha causado escándalo que José Antonio Pérez Tapias se dé de baja del PSOE. Algunos lo consideran un bofetón con toda la mano izquierda (que es la de Tapias) al partido. Otros, una bendición para el PSOE, que se libera de gente imantada hacia Podemos o/y complaciente con los nacionalismos. Yo lo considero natural.

Natural, no porque conozca los intríngulis del PSOE ni los vericuetos del pensamiento del Sr. Pérez Tapias ni sea un experto en los últimos movimientos del Sr. Sánchez, sino porque me parece un milagro que uno (cualquiera) puede identificarse con cualquier partido demasiado tiempo. Con etimología de salón, se ha señalado que 'partido' era un nombre transparente y honesto, pues exponía los trozos rotos de una sociedad dividida en banderías. O el tiempo de juego de un encuentro en una cancha deportiva, que es por lo que se inclinaría cualquier tertuliano político, sin duda. O por el buen partido con el que sueñan esposarse algunos para solucionarse la vida con un carguito. Si yo tuviese que elegir mi etimología de 'partido' optaría por la del movimiento: el lugar desde donde se parte para hacer un proyecto político y, enseguida, el lugar del que se parte, cuando se desvirtúa ese proyecto político. Por esto veo natural que la gente parta de su partido y luego parta y se aparte.

Una solución a esos compartimientos estancos ideológicos y, ay, de intereses en que los partidos parten la sociedad, como decían los primeros etimólogos que citaba, es, precisamente, el movimiento de afiliados de un partido a otro. Se alaba mucho, y con razón, el voto flexible, transversal, con la agilidad suficiente para saltar de unas siglas a otras según su evolución ideológica (suya del votante y también de los partidos), pero se habla poco del afiliado capaz de cambiar o se le desprestigia o se usa de arma arrojadiza contra el partido del que se va o contra el partido en el que recala.

Dante Alighieri, que militó en política como ciudadano comprometido que fue, acabó diciendo que él era el único miembro de su partido. Me parece admirable. Aquel desengaño solitario no le impidió colaborar con unos y otros y hasta entusiasmarse momentáneamente con Enrique VII del Sacro Imperio Romano Germánico. La fidelidad es una de las virtudes más hermosas, pero, por eso mismo, hay que guardarla para lo que merece la pena. Para los principios: no para unas siglas ni para ningún líder líquido.

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