Columna de humo

José Manuel / Benítez Ariza

Palomas, gatos

En Salou la multa fue de ciento cincuenta euros y en Málaga de casi cuatro mil. La falta, la misma en ambos casos: dar de comer a las palomas en eso que los poetas llaman "la calle" y las autoridades "la vía pública"… La conclusión no puede ser más clara: la popularidad de las palomas atraviesa uno de sus momentos más bajos. Y, de la mano de la misma, decae igualmente la de los gatos, que también son objeto de esos modestos y antihigiénicos actos de amor. El amor, incluso entre personas, es siempre antihigiénico, pero se entiende que el alcance de esa falta de higiene se reduce al círculo íntimo de los implicados. Por eso hay viejos que se encierran en una casa con una docena de gatos, y acaban teniendo ellos mismos un no sé qué gatuno, que frecuentemente alarma al vecindario y a los servicios asistenciales, por lo mismo que otros dan en la fantasía de tener un palomar en su azotea, que es como materializar los pájaros que se tienen en la cabeza y permitirse el gusto de echarlos a volar cada mañana, a la vista de todos.

En otros tiempos, había quien veía una paloma por la calle y no paraba hasta echarle el lazo y hacerse con ella un puchero, como había también quienes cazaban gatos para venderlos a los circos como comida de leones. Si ahora a unas y a otros se les da de comer con lo que nos sobra, habrá que admitir que en eso hemos mejorado. Pero las sociedades opulentas son también remilgadas. Ayer vivíamos, como quien dice, amontonados, no ya con las palomas y los gatos, sino con las pulgas y piojos que engendraba la miseria. Hoy nos horroriza la deposición de un gorrión, mientras que no parece importarnos mucho verter a la calle nuestros ruidos, que no son otra cosa que basura sonora, nuestras prisas, nuestra agresividad. Y hay quien, cuando pasa bufando al lado de una vieja loca que dialoga con los gatos, siente hacia ésta el íntimo rencor de quien no tiene asiento ni ánimo para intentar esos coloquios, ni, si se diera el caso, nada que decir en ellos. Lo mismo vale para las palomas. Cuando yo era niño, todavía no se las consideraba "ratas con alas", como ha dicho un concejal. Habría que preguntarles a las palomas qué piensan de los concejales. Pero a lo que iba: cuando yo era niño, los carritos de chucherías vendían también bolsitas de maíz, para que los niños se distrajeran en darles de comer a las palomas. No parecía que con ello se estimulara ninguna práctica antisocial. Todo lo contrario.

Naturalmente, entiende uno la indignación de los vecinos que ven sus calles, fachadas y portales sucios de restos de comida y excrementos de animales. Es un asco, sí. Lo es todo lo que entra en el turbión de la vida masificada, de la involuntaria promiscuidad, de la estadística. Las palomas, no sé; pero quién se lo iba a decir a los gatos, tan solitarios, tan individualistas ellos.lta razón. Y, sin embargo…o.

benitezariza.blogspot.com

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