De poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Padres huérfanos

ES fácil descubrir un brillo de ilusión entre las hondas ojeras de los padres primerizos. Duermen poco pero sueñan mucho, y eso está bien, y falta les hace, porque emprenden una aventura interminable y repleta de dificultades. Siempre fue así y ahora más. No es sólo que en España las ayudas públicas a las familias se cuenten entre las más exiguas de Europa, sino que la sociedad actual exhibe una patológica aversión a la paternidad, cada vez más huérfana y maltratada.

Se prohibió el cachete pedagógico y se permitió a los hijos denunciar a sus padres. Se facilitaba así la intromisión del Estado en los hogares, que debería ser muy excepcional. La obligatoriedad de la EpC va en la misma línea. Los padres ven intervenido su derecho a educar según sus convicciones morales o religiosas.

El Parlamento Europeo contribuye, por su parte, echando por tierra una propuesta a favor de la libre elección de la lengua en los colegios. Estudiar en la lengua materna mejora el rendimiento escolar, pero ni los criterios educativos ni el sentido común ni mucho menos las decisiones paternas tienen nada que decir, por lo visto, ante los férreos programas de inmersión lingüística.

El aborto es lo más terrible. Además de una vida, corta por lo sano la relación materno-filial, como es obvio. Pero no acaba ahí su agresión contra la paternidad. La ley no da al padre vela en el entierro del aborto. Que no se le permita salvar a su hijo es una flagrante discriminación sexual, si se tiene en cuenta que, a partir del nacimiento, los derechos y los deberes serán idénticos para ambos progenitores. De paso, el nuevo proyecto de ley, al eximir de la necesidad del permiso de los padres en los abortos de chicas menores, anula otra responsabilidad paterna.

Esta enumeración incompleta y apresurada nos permite hacernos una idea de hasta qué punto la paternidad es hoy un concepto discutible y discutido, precisamente como el de patria, con el que tanto tiene que ver. No creo que se trate de una oscura conspiración, sino de algo peor. Ciertos contravalores en boga desde el 68 -la alergia a la autoridad, el hedonismo feroz, el juvenilismo- instintivamente ven en la familia a un enemigo natural. Están en el aire, calan en el ambiente e imponen una hostilidad constante, que da la cara en la legislación y, dentro de las casas, en faltas de respeto y de cariño. Yo he oído, por ejemplo, en la televisión, al comenzar la programación infantil, este grito: "¡Ya es nuestra hora. Quitad el mando a vuestros papás!"

Algunos, ante tanto acoso por todos los frentes, acaban ondeando una banderita blanca: "Yo soy el mejor amigo de mis hijos". O sea, una huida y, sobre todo, un pésimo negocio, porque amigos hay muchos, y padres sólo dos, insustituibles. El brillo de su mirada, además de ilusión y de ternura, como siempre, tiene que tener ahora una firme determinación acerada y heroica. Ánimo.

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