A la luz del termómetro, parece evidente que no fue el mes de abril el que nos robaron, sino el de octubre. O, más bien, el otoño entero. Mientras todo son banderas, parece que estamos dejando de lado el único tema que nos concierne a todos. Yo hace tiempo que miro a quienes insisten en la bondad del veroño en noviembre, y del primer calor del verano en marzo, como a las víctimas hechas vaciados de carbón de las ruinas de Pompeya. Esos placeres del otoño dignos del inicio de curso en Hogwarts - los bosques caducifolios, el olor de las chimeneas, el deje de resfrío, las bufandas, las castañas asadas- parecen no ya lejanos, sino pura ciencia-ficción. Dignos, efectivamente, de príncipes de Maine y reyes de Nueva Inglaterra. Podría marcar, de hecho, el meridiano de la humanidad rica. A este paso, la experiencia del otoño (así, como en paquete Smartbox) será algo exclusivo, casi obsceno, digno sólo de los habitantes de Gattaca.

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