Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

Nomenclátor

No me gustan los nombres propios porque la mayoría suelen ser efímeros y se olvidan con el paso del tiempo

Amí me gustan los nombres clásicos de las calles, sobre todo si están vinculados a una actividad ancestral que se desarrollaba en sus calles. Suelen ser los primeros nombres en caer en cualquier nomenclátor para dar rienda suelta a los compromisos políticos de los gobernantes de turno. Me gusta la calle de los Flamencos Borrachos, de los Doblones, de la Comedia, del Vestuario, Pelota, Compañía, Callejón de los Negros, Callejón de los Piratas, El Torno, Mirador, Goleta, del Mesón y otras por el estilo. Me gustan en las ciudades los nombres que se refieren a profesiones antiguas que se desarrollaban en el lugar. No me gustan los nombres propios porque la mayoría suelen ser efímeros. Con el paso del tiempo nadie se acuerda del motivo por el cual se puso determinado nombre a una calle porque la fama del nominado ha decaído o simplemente ha pasado al olvido. Cosas que ahora nos parecen importantísimas dentro de 100 años no lo serán y hará falta un historiador que nos cuente por qué una calle se llama de determinada manera. Vale esta reflexión para todo tipo de famosos del momento que se convierten en una manera en la que los gobernantes quedan bien con afectados, familiares, amigos y admiradores. Para que veáis lo sensibles que somos a las demandas populares, sea la eliminación del certamen de ninfas, una medalla a una virgen o una calle. Esto no quiere decir que no merezcan reconocimiento público en la ciudad personas que han hecho mucho por ella, por engrandecer sus tradiciones o sus costumbres. Por citar un caso: me gusta el nombre de plaza de la Cruz Verde aunque no me parece mal que Antonio Martín tenga su calle. Tengo para mí que en el caso del PP hay una sobreactuación con el caso de Miguel Ángel Blanco, retroalimentado por la torpeza de Podemos. El PP tuvo 20 años para poner una calle a su memoria. Incluso hubiera sido más inteligente ponerle Víctimas del Terrorismo a la glorieta que recuerda la memoria de Alberto Jiménez Becerril y su mujer, asesinados también por ETA. De esa manera se recordaría a los 850 asesinados y no solo a algunos. Si el PP quería que se pusiese la calle en lugar de montar un número lo podría haber llevado a la Comisión de Nomenclátor donde hubiera dicho qué calle cambiaba de nombre para que se pusiera la del concejal de Ermua salvajemente asesinado. Seguramente no se hubiera formado el lío si el PP hubiera sido más sensato o si Podemos se hubiera limitado en el pleno a votar a favor de la propuesta. Pero es como la fábula del escorpión y la rana.

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