Este año estoy celebrando el premio Nobel de literatura como nunca. Ya saben, el que, por los escándalos encadenados de su comité, no se ha dado. Es una celebración, lo confieso, un poco mezquina, pero confesable. Paso por persona leída, y cada vez que se falla el premio Nobel alguien me llama desde alguna redacción pidiéndome una crítica de urgencia. Invariablemente tengo que reconocer que no he leído al agraciado y que, en el mejor de los casos, me suena de oídas. Para el periodista resulta decepcionante y para mí humillante. Él queda preso de un ataque de nervios, buscando a otro cualquiera que pueda haber leído al nuevo habitante del Parnaso y yo quedo preso de un ataque de melancolía.

He leído bastante, sí, pero pocos libros, una y otra vez. Mi mujer solía decirme que para qué queríamos tantos si siempre leía la Divina Comedia. Que le den el Nobel a Dante está muy difícil, y no sólo por razones cronológicas. Su Infierno no es un lugar demasiado políticamente correcto, si se piensa. Y el Paraíso menos, quizá.

¿Soy tan interesado -me pregunto con espanto- como para dejar al mundo sin el bullicio de un nuevo Nobel y al escritor sin su bicoca por ahorrarme yo el mal rato anual de reconocer mi falta de lecturas modernas y homologables? Bueno, no sólo. Con este escándalo y la suspensión, ha quedado al menos claro lo que Borges vio antes que nadie: el Nobel es un premio que dan unos señores (o no tanto) suecos que nadie conoce de nada. Creo que eso es fundamental que lo sepamos, porque, si no, parecería que el mismo Apolo otorga graciosamente el premio desde el Olimpo.

No obstante, al Nobel se lo perdono casi todo porque gracias a él conocimos a la poetisa Wislawa Szymborska. Un solo verso de poesía verdadera merece la pena (decía Yeats) de cruzar el mundo para encontrarlo. Lo de Szymborska es un cofre lleno de versos y el Nobel nos la trajo a la puerta. Sin contar el premio de T. S. Eliot, que convirtió al preclaro crítico, al lúcido ensayista y al poderoso poeta en un intocable, gracias a Dios, porque falta le iba a hacer. O el de Juan Ramón Jiménez, que, si uno no lee el fallo, tuvo el acierto de premiar al mayor poeta español del siglo XX.

Encima, nada es irremediable. Han prometido que el año que viene darán dos. Los fanáticos del Nobel se resarcirán de lo de este año y yo, con dos, tendré el doble de posibilidades de no decepcionar del todo al que me llame.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios