Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Muerte y vida

APROVECHO que en la tele hablan de la eutanasia (a favor, obviamente) para escribir este artículo. Una mentira repetida mil veces puede no convertirse en verdad si uno se aburre a tiempo. Y contra la excepción que confirmaría la regla pero que, gracias a la demagogia, la revienta, ya me vacunó Ana Sanz-Magallón en Cuéntalo bien.

Así que vengo aquí a hacer una pequeña propuesta. Antes, tendré que confesar que el suicidio, autónomo o asistido, me parece terrible, pero menos asesino que el homicidio. En casos extremos, comprendo que la ética aristocrática de Roma y la de Japón, que tanto admiro, lo admitiesen. El cristianismo es el único que se atreve de verdad a poner la vida (con muerte incluida) en las manos de Dios, y a no arrebatarla de allí aunque vengan mal dadas. O sea, que, aunque tengo insalvables reparos morales contra la eutanasia, no los tengo intelectuales, siempre que se den las suficientes garantías de que no se empuja o abandona a nadie y que tampoco se obliga a administrarla a quien cree que matar a otro es suicidarse el alma.

Volvamos, pues, a mi propuesta. Si en una sociedad descristianizada van a acabar permitiendo la eutanasia, no estaría de más que fuese acompañada de una tasa. La recaudación se emplearía en prevenir y evitar abortos. Disiparíamos la sospecha de que vivimos en una sociedad macabra con una querencia irresistible por liquidar al débil. A los partidarios de la eutanasia, además, su propia argumentación les tendría que hacer radicalmente antiabortistas. Si hay algo claro, es que el feto quiere vivir; tan claro o más como que el aspirante a la eutanasia desea morir. Éste necesita una ayuda ajena para su deceso y el feto en cuestión necesita una ayuda externa o, mejor dicho, cierta colaboración para salvarse.

Espero que a nadie escandalice el aspecto monetario de mi propuesta, y menos a los que tan partidarios son de todo tipo de impuestos. A los herederos del aspirante a la eutanasia les supondría apenas una comprensible compensación en concepto del adelanto. Ya se sabe que la pronta disponibilidad tiene un precio. A los eutanasiables les aportará la certeza de que se van haciendo un gesto de amor a la vida y a la voluntad libre del hombre, que, en su caso, es partidaria de la muerte, sí, y en el caso de los fetos, de la vida. Nuestra sociedad seguiría sin ser totalmente civilizada ni luminosa, pero, al menos, resultaría neutral.

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