Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Montar un belén

LAS tradiciones no tienen por qué ser antiguas. Basta que sean venerables. Una idea obsesiva de Eugenio d'Ors era recordarnos que la mayoría de las típicamente españolas habían surgido anteayer, en el siglo XVIII. Citaba, que yo recuerde, los trajes regionales, los bailes ídem, la cerámica popular fina, múltiples romerías y hermandades, etc. Ahora nos informa Fernando Carrasco que la tradición de que las tunas universitarias de Sevilla ronden a la Inmaculada en la víspera data de 1952, ayer no más.

Todavía más cercana, la de montar el belén este puente. Disponemos de todo el Adviento, pero en los últimos años se impone aprovechar el día de la Purísima. Tiene mucho sentido teológico y mariológico y, además, sentido común. Hay tan poco tiempo para todo que o se aprovecha ahora o nos dan las uvas con las figuritas a medio sacar de las cajas.

Esta neo tradición se debe en parte a que el puente de la Inmaculada, con su tamaño de acueducto, ha nacido gracias a la Constitución Española. Ese mérito casi nadie se lo tiene en cuenta a la Carta Magna. Ha unido fuerzas con la Virgen y nos han creado un período de fiesta que apenas cede en poderío ante el verano, la Navidad y la Semana Santa, cuarto entre los grandes. Tan laica la Constitución como mandan los cánones…, y nadie ha hecho más (al menos en los últimos tiempos) por extender la devoción por María concebida sin pecado original.

Aunque todos sincronicemos más o menos nuestros relojes para montar el belén, las circunstancias cambian mucho. En una casa con niños se pone el belén, pero se monta un cirio. La afición de los pequeños por el Portal termina en matanza de los santos inocentes. ¡Pobres figuritas! Tanto entusiasmo las diezma. A los cinco minutos de sacarlas de la caja, ya las había decapitadas, y mulos sin orejas, camellos sin patas y patos perdidos.

He descubierto una razón secreta para tanto belenista como hay. Esos señores tan sensibles quieren montar su Portal con una perfecta seriedad, sin niños gritando por ver quién de ellos coloca a los romanos. Cuando dentro de unos días, vayamos a ver sus belenes públicos, espectaculares, los contemplaremos con asombro y admiración, deseando para todos ellos el primer premio. Yo, sin embargo, sabré que hay algo que el belenista colocó con una satisfacción extraordinaria recordando a sus propios hijos y el belén de su casa. Es el cartel de "No tocar". Qué envidia.

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