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Monchi

A veces, y lo digo en general, qué nos gusta buscar fuera lo que tan bueno tenemos en casa

En la deriva mercantilista y deshumanizada en que anda metido el mundo del fútbol, donde hasta el último jugador de Primera División gana más que un ejecutivo de primer nivel, los porteros ya no son lo que eran. Antes iban perfectamente uniformados con sus camisas lisas de manga larga y gorrita los días de sol. ¿Ha habido en la historia un portero más elegante que Súper Paco? Hasta Esnaola tenía un aire de profesor serio en aquellas fotos antiguas de Ruesga Bono. Nada que ver con el tipo alto, fuerte, en mangas cortas y con todos los tatuajes del mundo de los jugadores de hoy. Y cantaban, vaya que si cantaban. Todavía resuenan en mis oídos los lamentos de mi padre acordándose de su añorado Bustos cuando veía salir al primer Buyo con aquellas camisas a rayas de mi niñez.

Monchi fue uno de los últimos de la vieja escuela, porterito de cantera que llegó a Sevilla muy joven de la Isla y discretamente se hizo un hueco en la primera plantilla para allí quedarse toda la década de los noventa. Si alguien nos llega a decir que aquel eterno suplente tan simpático que estudiaba Derecho sería con el tiempo de los directores deportivos más prestigiosos del mundo, no le habríamos creído. Pero posiblemente en el momento más bajo de la historia del club llegó su hora, y a la vista está que no la desaprovechó. La intuición de Joaquín Caparrós y la valentía de Roberto Alés lo pusieron ahí, y su forma eficaz y nada habitual de manejarse en un mundo tan complicado como el fútbol explotó con la guindilla necesaria de José María del Nido. El resto de la historia no hace falta contarla, y ahí está su hoja de servicios repleta de ventas millonarias y de títulos para el que la quiera discutir.

Los que hemos tenido la suerte de compartir con Monchi ratos de conversación sabemos de su conocimiento del medio desde dentro, lo que siempre le ha dado un mayor valor añadido a su gestión; de su cercanía y aptitud, de su trabajo metódico y compartido, de su carácter afable un punto infantil, de su dedicación plena incluso en aspectos que en principio no eran de su competencia. También de su sevillismo sincero y a veces mal gestionado, porque nunca un profesional es comparable a un aficionado. La semana pasada el club anunció su marcha y todo seguirá su curso, pero su huella será difícil de borrar. A veces, y lo digo en general, qué nos gusta buscar fuera lo que tan bueno tenemos en casa.

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