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Misterio navideño

Rindamos honor a ese sargento que dio su vida por su fe tozuda en el espíritu de la Navidad

Leo a Leo Perutz. Es tan bueno que es leer el doble. En su recopilación de relatos De noche, bajo el puente de piedra, en el cuento "La mesa del emperador", nos ofrece una moraleja misteriosa, como un narrador jasídico. Que los independentistas bohemios perdiesen la decisiva batalla de Monte Blanco no se debió a que el general imperial fuese un genio de la guerra, o a que los bohemios se equivocasen emplazando sus cañones ni a ninguna de las grandes razones que los historiadores barajan en sus sesudos análisis. Ocurrió que años antes, por una mezcla de avaricia, gula e inconsciencia, Peter Zaruda, noble bohemio, cometió la insensatez de comer de la mesa del emperador, contra lo que le había prevenido una vieja profecía familiar. (Esto es un apresurado resumen del relato a efectos de este artículo, lo que les aconsejo es que lean a Perutz.)

Sin solución de continuidad, leí un artículo de Ignacio Peyró en el que relataba que, tras la famosa Navidad del 14, donde los enemigos de la I Guerra Mundial interrumpieron sus luchas para compartir villancicos, dulces, cigarrillos y abrazos; en la Navidad del 15, a un sargento británico que trató de cruzar en son de paz hacia las líneas alemanes, lo abatieron de un tiro.

Superponiendo a Perutz con Peyró, comprendo que quizá en esa bala antinavideña estuvo la clave secreta del desenlace de la I Guerra Mundial, como lo estuvo en el almuerzo de Zaruda. El sargento inglés fue un mártir de una civilización, y, por tanto, todas las fuerzas espirituales de esa cultura se pusieron del bando del caído. Y al revés: el alemán que disparó se ponía en contra siglos de guerras supeditadas a un orden moral superior y a unos ritos intocables. Haría falta ahora un genio como Perutz para extraer de aquella bala solitaria e insensible una teoría completa de la Guerra Mundial y de cuanto vino después, claro, pero su viejo cuento, ambientado en 1598, nos adelantaba todos los indicios.

Suficientes para que, en estas navidades del siglo XXI, rindamos honor a ese sargento del que no sabemos el nombre, pero que dio su vida por su fe en el espíritu de la Navidad; y para que aprendamos, igualmente, el valor inconmensurable y misterioso que se esconde detrás de los gestos pequeños. Nadie sabe lo que puede cambiar, para mal y, mucho mejor, para bien, de nuestra historia personal, por supuesto, pero también de la Universal, con cada acto que realizamos.

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