Matrera y matraca

A menudo los premios premian un aspecto distinto u otra dimensión de lo que parecen que premian

Todolo que se me ocurre últimamente ya lo había pensado antes. Debe de ser la época del año, esto es, el espíritu de las navidades pasadas, a lo Dickens. Me ha pasado con el nuevo premio que le han concedido a Quevedo, no el de la Torre de Juan Abad y los sonetos metafísicos y morales, sino al de la Torre de Pajarete del Castillo de Matrera, en Villamartín. ¿Recuerdan: Carlos Quevedo, el arquitecto de la polémica restauración? Pues se me ha vuelto a ocurrir lo que dije. La historia de esa torre y su arreglo o estropicio (según los gustos) no hace sino fortalecer mi fe en la importancia de la conservación, del conservacionismo y del conservadurismo en general. Cuando uno deja que algo -castillo, tradición popular, animal salvaje o institución pública- se destruya, puede pasar o que se convierta en ruinas o, casi peor, que lo restauren. Y una restauración suele ser una ruina de otro modo, más disimulada, vergonzante.

Esto no es una crítica a Carlos Quevedo y su trabajo. Si le dieron por lo que hizo en el Castillo de Matrera el premio Architizer A+ en la categoría de preservación, bien está. Si ahora le dan el "American Architecture Prize", enhorabuena. Si es finalista del «Mies Van Der Rohe» de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea, excelente, y ojalá lo gane. Ni siquiera creo que sean premios, como he leído por ahí, que se den los arquitectos entre ellos para cubrirse las espaldas. Creo en la honestidad de los premios, sí, con el matiz de que son premios dados a la restauración de Matrera, esto es, a la restauración, pero no a Matrera ni a su Torre de Pajarete. Puede ser, como de hecho será, una restauración modélica según los estándares, pero de la torre no queda apenas nada.

Como esa defensa del conservadurismo ya la hice y la plasmé en una frase chula: "El castillo de Matrera ha de quedar como la fortaleza simbólica desde la que dar la batalla de la conservación", sacaré hoy una conclusión nueva, del paquete. No hay que dejarse deslumbrar por los premios, ni arquitectónicos, ni literarios, ni nobeles de la paz ni nada de nada. No porque estén amañados o sean espurios o vengan equivocados. Pasa que, muy a menudo, los premios premian un aspecto distinto u otra dimensión de lo que parecen que premian. Sin ser mentira, no son una verdad absoluta. El único que debe aceptar el premio con un entusiasmo exento de relativismo es el premiado, como es lógico.

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