HAY día que hasta las alegrías se visten de luto, que el cuatro por cuatro de los tanguillos se apelmazan camino del estridente 'ay' de una seguiriya rajado por la pena, que el anochecer en La Caleta es más oscuro y negro, divisando a lo lejos un horizonte que huele a soniquete de ultramar, a buque cargado de compás cruzando un territorio donde los cantes de Cádiz zarparon hacia un universo sin fronteras, pero provistos de un sello inconfundible. Un viaje de ida, esta vez sin vuelta, porque se nos ha ido Mariana, la Mariana de Cádiz, la heredera de Espeleta, Aurelio, Pericón, Manolo Vargas o Chano, la sobrina de Porrina, la sucesora de La Perla. Un trono flamenco del cante gaditano de mujer que hoy se queda vacío. Un vacío profundo que raja como un Cazalla tomado al amanecer y que no encuentra el alivio ni en el recuerdo, ni en el privilegio de haberla conocido.

Pero me niego a encerrar esta visión atormentada por el hachazo de la parca en el resumen de lo previsible, en la clasificación simplista de lo fácil, en el arquetipo de una imagen limitativa e injusta porque, como aseguraba Ortiz Nuevo en su Alegato contra la pureza, "así nacen los tópicos que tergiversan y conducen a las razones por los sucios callejones de las creencias supuestas".

La certeza emocionante de una Mariana reina de la cuchufleta (moderna y auténtica rapera del flamenco), dominadora del compás y baluarte de los cantes de Cádiz, no puede arrinconar a una cantaora que, magistral en los estilos de su tierra (ahí están sus grabaciones, principalmente la que editó hace unos años junto al poeta arcense Antonio Murciano, toda una antología de formas y letras por el abrupto paisaje de las cantillas), atesoraba unos registros amplios, una soleá poderosa, una malagueña profunda, un arte de este tiempo, y de todos los pretéritos y los que quedan por venir.

Mariana llevaba a Cádiz en el tuétano de su cante, en su simpatía infinita, en su bondad sin matices, en su forma de ser, en su deambular por la vida, en la sal de sus palabras. Se queda con la pena de no haber sido pregonera del carnaval de su tierra. Y eso que pregonó como nadie la gracia y la sobriedad flamenca de este istmo bendito que es la tacita de plata. Porque, aquí, era Mariana y, en el mundo entero, Mariana de Cádiz.

Hoy la lloran su familia, sus amigos, sus compañeros de escenario y ese ejército sin mando que es la afición flamenca. Tan necesitada de artistas como Mariana. Tan sin rumbo por su pérdida.

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