Con la venia

Fernando Santiago

fdosantiago@prensacadiz.org

Lonchas de Cádiz

Hemos creado la Hermandad Loncha y vamos a convocar el Día del Orgullo Loncha, porque no tenemos problema

Hace años cuando alguien perdía el pelo se ponía un peluquín, a riesgo de que el levante enviase el postizo a Rota. Con el paso del tiempo llegó Svenson ( anunciado por Julio Salinas ) pero, como costaba un dinero, los más cortitos y metódicos se ponían cada noche un preparado de Minoxidil en el coco Como sigue sin encontrarse la manera de tratar la alopecia al menos se ha democratizado una terapia consistente en viajar a Estambul con un coste entre dos mil euros para los tiesos y siete mil para los poderosos. Allí te hacen un implante capilar y puedes continuar el tratamiento vía Skype. Debe ser el caso de Juan Cantero, el concejal desmelenado, que debió viajar hasta el Bósforo para que le dejaran el pelazo que hoy luce para envidia de observadores y adversarios. Algunos que no están dispuestos a gastar dinero lo que hacen es raparse por completo la cabeza como aquel lejano Telly Savalas, Kojak. Es el caso de David Navarro, por citar un ejemplo sin salir de la corporación. El problema es que precisa un afeitado diario de cabeza y lustrásela un poco para que brille . Los más coquetos y con dinero van a Svenson, avenida República Argentina, Sevilla. Es el caso de un conocido dirigente socialista cuyo nombre no doy porque a él no le hace gracia. Luego estamos los lonchas sin pudor, los que hemos creado la Hermandad Loncha de Cádiz y vamos a convocar el Día del Orgullo Loncha, a los que se nos ve el cartón desde hace tiempo y no tenemos problema por ello, no como García Ferreras que se coloca los tres pelillos sobre la frente para disimular, o Iñaki Anasagasti (primo de los del Achuri), famoso por la arquitectura capilar.

A mí me causa dolor solo de pensar en que te quiten pelo a pelo de la nuca y te lo vayan poniendo en lo alto, sea el doctor Mario Sarden que opera en Sevilla y en los EEUU o sea un joven turco por la tercera parte. Una tortura que requiere un estricto tratamiento posterior. El que tiene dinero y está dispuesto a gastárselo se siente mejor con una amplia cabellera agitada al viento. Ya se sabe que dentro de cien años todos calvos. El caso es que, visto lo visto, los implantes capilares no traen nada bueno. Es el caso de Quique Pina, que cuando era futbolista hace años tenía el cartón a la vista y ahora parece un Picapiedra. Emulando lo que se decía en Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto: se empieza con un implante capilar y se termina en presencia del juez José de la Mata, de la calle Doctor Dacarrete. Al tipo se le ha caído el pelo, con perdón.

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