QUÉ sabemos de la mente humana? Me temo que poco o muy poco. Y por eso me maravilla la ingenuidad con que mucha gente toma por infalibles los diagnósticos de psicólogos y psiquiatras. Quizá lo máximo que podamos saber sobre un loco es si sabe lo que hace o si por el contrario padece una perturbación perceptiva que no le permite ser consciente de sus actos. Pero no creo que podamos llegar mucho más allá. Y cuando un juez pide un informe psicológico para liberar a alguien o mandarlo a la cárcel o al psiquiátrico, lo único que podemos hacer es confiar en que el encargado de realizar el informe sea una persona inteligente, intuitiva, observadora y dotada de mucho sentido común. Y poco más.

Hace poco, un pedagogo me comentó muy serio que los niños no debían leer Caperucita roja, ya que la historia del lobo podía traumatizar a los niños. Lo malo es que nuestra mente está llena de lobos y de bosques encantados en los que podemos perdernos para no regresar jamás. Nosotros mismos, llegado el caso, podemos convertirnos en uno de esos lobos que acechan a una niña. Todos conocemos historias de madres que ahogan a sus hijos en la bañera, o de vecinos corteses que escondían docenas de cadáveres en el jardín trasero de su casa. El austriaco Josef Fritzl, que encerró a su hija en un refugio oculto bajo su casa y tuvo siete hijos con ella, era uno de esos vecinos de los que nadie sospechaba nada. O quizá sí, sobre todo su mujer. Pero todos sabemos que uno de los secretos de la vida en pareja consiste en no hacerse demasiadas preguntas.

La pedofilia tiene su origen en la fascinación por la pureza y la inocencia y, por tanto, es un impulso muy difícil de combatir. Para combatir la certeza de nuestra fealdad o de nuestro deterioro físico, no conocemos nada mejor que un cuerpo joven que también nos permita creernos jóvenes y bellos, aunque sólo sea por un segundo. Y eso es algo que, por mucho que nos desagrade, está en el fondo del alma humana. No digo que eso sea bueno. Digo que es algo que existe. Hace algunos años, cuando el sida empezó a propagarse por África, algunos canallas hicieron correr la voz de que los enfermos de sida podían curarse si violaban a una niña, ya que su sangre pura podía curar la impureza de la sangre contaminada. Y ese tipo de supercherías monstruosas demuestra hasta qué punto está arraigada en nosotros -sobre todo en los varones- la creencia casi sobrenatural en el atractivo físico de las niñas (o de los niños, ya que tampoco faltan ejemplos). Por eso hay tantos y tantos casos de pedofilia en internet.

Al viejo rey David le ponían en el lecho el cuerpo de una muchacha para que le quitara el frío de la vejez. Y este planeta, nos guste o no, se está convertido en un enorme lecho del anciano rey David.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios