Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

La corredera

Antonio / Morillo / Crespo

Leopoldo

Todavia recuerdo como disfrutábamos los diputados de UCD cuando Leopoldo Calvo Sotelo subía a la tribuna del Congreso a hablar. Si se discutía una cosa importante y tronaba el hemiciclo con las proclamas de unos y otros y parecía que llegaba la debacle, Leopoldo tomaba la palabra y sabía mandar y calmar en la Plaza, con su elegancia, tacto y hasta ironía. No era mitinero ni andaba con grandes gradilocuencias, era sagaz profesor y político maduro. Le tocó la peor parte, y tomó la presidencia cuando trepidaba el ambiente con el vilipendio cuartelero de Tejero, las innumerables presiones, los constantes asesinatos de ETA y los ruidos de sables zumbaban por todas partes.

Se portó muy bien con Cádiz, él y su vicepresidente amigo Juan Antonio García Diez. Conocía la provincia al dedillo, la mayoría de sus pueblos recorrió con su mujer Pilar Ibáñez. Me contaba el jefe de su gabinete Luis Sánchez Merlo como era, un hombre metódico, ordenado y constante que no se amilanaba ante nada. Y ejercía con un acendrado espíritu patriótico y sentido del deber. Cumplió a la perfección y gobernó bien. Que es más difícil gobernar el barco, cuando las jarcias crujen y arrecia el temporal. La prensa, al parecer por la entonces previsible victoria de F. González se portó, digamos no muy bien con él. Se hablaba de los diálogos con el Ficus de la Moncloa, de los conciertos con su piano, del que por lo visto era un virtuoso y en algunas emisoras contaban sus pretendidos chistes. Era un hombre serio, pero no saborío, era cordial, afectuoso y sí de pocas risas. Lo vi reírse por Madrid con Pio Cabanillas y por aquí con nuestro parlamentario andaluz el jerezano Miguel Monje.

La vida pasa, y pasan los políticos y en la historia se escribirán los aciertos y los errores de cada uno. La mayoría de nuestras ciudades cuentan en sus calles con los nombres de antiguos presidentes de Gobierno Cánovas y Sagasta por ejemplo, los de aquellos tiempos de los caciques y votos censitarios. Nuestros presidentes de la democracia Suárez, Calvo Sotelo, F. González, Aznar, no necesitan eso, solamente estar en el viento del recuerdo, en la espuma de las olas del afecto de todos, seamos de una u otra ideología, unidos en el sentir de nuestra común y entrañable democracia.

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