También se razona con la nariz. Desde muy pequeño, me olían fatal tantas obligaciones legales. Las sentía como una camisa apretada como si fuese de fuerza. ¿Por qué se metía el Estado en los cinturones de seguridad que me ponía o dejaba de ponerme si atañían a mi exclusiva seguridad? Luego, en la facultad, me hablaron del Derecho Natural y del seropositivo, y don Álvaro d'Ors nos explicó que era posible que el súbdito de un déspota rey tribal de una olvidada selva africana fuese más libre que el ciudadano de una ultramoderna democracia europea atiborrada de normas, prohibiciones, decretos, avisos, regulaciones, bandos, ordenanzas…

A veces me permito microscópicas rebeldías en una resistencia minimalista a la hiperregulación. La próxima será comprar en cada uno de los puestecitos de chucherías que montan los niños por mi urbanización. Son un clásico de la infancia y los veranos; pero quizá tengan, como tantas cosas, las horas contadas.

El pasado 15 de julio, en Londres, cuatro policías, cuatro, multaron a una niña de cinco años, cinco, por vender a la puerta de su casa, en un puestecito, la limonada que ella había exprimido, sin autorización municipal ni pago de la tasa correspondiente. El padre ha escrito un abrumado artículo en The Telegraph en el que se pregunta si podrá hacer otra cosa que encerrar a su hija horas y horas viendo el iPad. La niña ha quedado realmente asustada. Por cualquier cosa pregunta si volverá la policía a multarla.

Desde el Ayuntamiento de Londres ha emitido un comunicado compungido: "Esperamos que nuestros agentes muestren sentido común y usen su poder con sensibilidad. En esta ocasión, está claro que no ha sido así. La multa será cancelada inmediatamente. Hemos contactado con el señor Spicer y su hija para disculparnos". Tengan ustedes cuidado, porque esa compunción no es lo que parece. Lo sienten mucho, sí, por el escándalo que les pone en evidencia y que puede provocar una pequeña rebelión de los administrados si, en vez de tener horchata en las venas, tuviésemos, al menos, limonada. Si de verdad les importase la libertad, no exigirían a sus policías un uso alternativo del Derecho, sino que se ceñirían a unas leves leyes sensatas y desharían de inmediato las demás.

Resistámonos todo lo que podamos, por nosotros y por las niñas de cinco años. Y por las limonadas hechas en casa, fresquitas, que saben ácidas y dulces como la libertad.

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