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Tribuna Libre

Manuel / Caballero

Lámpara bizantina

Para Juan Antonio Lobato

El Madrileño Museo Cerralbo guarda una pieza de especial interés para la historia de nuestra ciudad. Se trata de un candil o lámpara de aceite con forma de ave que, por diferentes autores, ha sido adscrita a época bizantina o islámica.

El citado Museo recoge las colecciones artísticas, arqueológicas e históricas que en su día reuniera D. Enrique de Aguilera y Gamboa, Marqués de Cerralbo, y que a su muerte, en 1922, donara íntegras a la nación española, junto al palacio que las albergaba y contiene en la actualidad.

Fue el Marqués político carlista, y sobre todo gran amante de las artes, logrando colectar un conjunto casi enciclopédico de obras: pinturas, esculturas, cerámicas, artes decorativas, etc., que denotan un gusto inteligente y cultivado y, a la postre, una generosidad ejemplar.

Volviendo al candil que nos ocupa, la primera noticia que podemos traer de él es la de su adquisición por Don Enrique en 1875. Que procedía de San Fernando es dato que se asegura ya desde el primer momento, y así lo sostiene el catálogo actualizado del Museo. Con toda probabilidad alguien, tal vez fortuitamente, lo hallara en, o en las cercanías del Castillo de San Romualdo, y se lo ofreciera en venta, a través de un agente, al Marqués, sabedor de su interés por "todo lo antiguo".

Lámpara o candil, afecta forma de ave, tal vez una paloma, de la que sobresaliendo de su parte delantera avanza una especie de canalillo donde verter el aceite y colocar el cabo de luz. De dimensiones reducidas, su altura apenas supera los 13 centímetros, ya Enrique Romero de Torres, en su Catálogo Monumental de España publicado en 1934, y en el tomo dedicado a Cádiz, hace referencia a tan singular pieza, datándola como visigótica. Pero he aquí que la exposición San Isidoro, Doctor Hispaniae (Sevilla, León, Cartagena, 2002) se la incluye (Cat. 25) bajo la denominación "Lucerna de bronce" ubicando su origen en "época tardo romana o bizantina". Y ello reviste una singularísima importancia, y no sólo para la historia local.

Sabemos que durante el reinado del Emperador bizantino Justiniano I, se "re-conquistó" (en aras de restablecer los antiguos dominios de Roma) toda la costa del SE peninsular, desde las Islas Baleares hasta bien pasada la Ínsula Gaditana, territorio al que se llamó "Provincia Spaniae". En control bizantino sobre esa zona en realidad duró poco tiempo, y escasos, por ello, son los restos arqueológicos que han sobre-vivido, si exceptuamos parte de las vetustas murallas de Cartagena, la Carthago Spartaria, capital de aquel efímero dominio, arrebatado a la monarquía visigoda.

Por todo ello, si se llegase a concluir, por similitudes formales con otras piezas análogas y mejor datadas, el origen bizantino de nuestra lámpara aceitera, la cuestión revestiría una mucha mayor importancia, al constituirse en casi el único objeto que el ejército de Bizancio dejó más acá de las Columnas del Héroe Sumergido.

Su novelesca historia y el mundo imaginario que suscita me han hecho pintarla en dos ocasiones. Un lienzo pertenece a la Colección Rey-Joly/Ehlers, otro a la de Juan Antonio Lobato, odontólogo, pintor y galerista, y ante todo apasionado y entusiasta amante del Arte. En esta ocasión, he situado el candil, flotando en una suerte de globo anaranjado, en el antepecho de una ventana, viéndose al fondo, a la derecha, un paisaje marino con navíos incendiados. Desde luego la pintura tiene un consciente carácter metafísico, en el que el misterio y la tensión entre lo posible y lo no-posible, lo sutil y lo pesado, aire y bronce, marcan y denotan la unión de los contrarios. En fin, Alquimia local.

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