DESDE que Ronald Koeman decidió prenderle fuego a su vestuario con el beneplácito de un presidente de chiste, el Valencia vive en permanente estado de excepción. Los aficionados de Mestalla son tan fieles como desmesurados en sus exigencias anuales a un equipo al que quieren ver constantemente codeándose con Madrid y Barcelona. Pero no puede ser. Querían a Sánchez Flores fuera del banquillo porque estaban a cuatro puntos del líder, pero no se esperaban que el destino les trajera una especie de Nerón, un técnico que como jugador fue muy grande pero que está demostrando una incapacidad total para manejar una crisis. Koeman, de momento, está devaluando el patrimonio de un club que se ha gastado muchos millones de euros para hacer una plantilla tan mediocre como el que, últimamente, ha tenido. ¿Cómo es posible que el club permita a un entrenador arrojar a los pies de los caballos a futbolistas internacionales, codiciadísimos por cualquier equipo de primer nivel? ¿Acaso no entienden algunos entrenadores que su equipo no es su equipo sino que es el equipo de sus seguidores, de sus accionistas? ¿Qué pasa ahora si Albelda, Cañizares y Angulo se marchan como quiere el holandés, Soler destituye al entrenador y el nuevo técnico dice que esos jugadores serían imprescindibles en su esquema? ¿En qué cabeza cabe? ¿Qué han hecho esos futbolistas para ser humillados de esa forma, a quien han matado, qué conspiración judeomasónica han organizado? Lamentable. Y mientras, el presidente, el dueño, el mismo que quiso salir a la palestra cuando venían bien dadas -cuando Jaime Ortí, que no tenía tantas acciones, gestionaba mejor-, callando y otorgando, contradiciéndose y mirando al oscuro cielo, sembrado de nubarrones tenebrosos. Y la afición, de uñas, con razón, por una vez en la vida, con razón. Ayer manifestación antes del partido con el Levante y luego empate con el colista, con el vecino. En Valencia, que tanto gusta el fuego, no se esperaban estas Fallas.