Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Kichybris

LA hybris es esa pulsión del hombre que le lleva a sobrepasar sus límites y que le conduce, por tanto, al fracaso. Es el motor secreto de la tragedia clásica. Y Cádiz es una ciudad tan milenaria que puede permitirse un alcalde aquejado de hybris.

Las tentaciones para la hybris asaltan a José María González por sus cuatro puntos cardinales. Las campañas electorales fomentan las promesas desproporcionadas. Kichi aseguró, desde sus carteles, que nos devolvería la sonrisa. No que nos daría motivos para sonreír, que es otra cosa y en verdad los da, sino que nos devolvería una sonrisa originaria, inmaculada, la que perdimos cuando nos expulsaron del paraíso. La política puede mucho, pero devolver esa sonrisa… La segunda propensión a la hybris le viene por parte del partido al que pertenece, tan utópico y soñador. Podemos aspira a "asaltar los cielos". Sí, sic, como suena. O sea, lo mismo que pretendieron los Atlantes. Más desmesura clásica no cabe. Luego está la hybris ideológica. Por izquierdista, Kichi aspira a cambiar la sociedad y, todavía más, a los hombres y a las mujeres. Tiene una ideología que va desde el género hasta las relaciones productivas y que quiere dar la vuelta a la tortilla universal. Y, por último, está la práctica: Kichi gobierna con menos concejales que la oposición, pero gobierna y, en consecuencia, a las primeras de cambio ya está creciéndose por encima de la aritmética, esa cosa de neoliberales.

Las tentaciones, pues, están ahí, aunque mientras no se caiga en ellas, no importa. Lo malo es que va cayendo. En vez de gestionar la deuda pública de la ciudad, cuestiona el sistema financiero y su legitimidad. También anduvo desmesurado con su carta al admirable (entonces) Tsipras. Suponía ponerse a la altura, siquiera epistolar, de un primer ministro y mirar por encima del hombro a una crisis económica continental. Y ahora, sus declaraciones sobre Siria. Decir que los alcaldes por el cambio han logrado que la sociedad mire de frente la tragedia es un caso de hybris de libro.

A aquellos a quienes los dioses quieren perder los ciegan con la vanidad. Y, si son políticos, los castigan donde duele: en las urnas. Es cierto que la kichybris tiene su utilidad práctica, casi picaresca: mientras más altas pongamos las miras, menos nos fijamos en el estado y la limpieza del suelo, por ejemplo. Aunque luego, probablemente, se vota por las aceras y las calles.

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