Su propio afán

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Kichibridge

ANDO tan fuera del arco parlamentario español que puedo lanzar mis flechas con absoluta libertad. Como excepción, me confieso teofilófilo. O sea, con una tendencia (que admite prueba en contra) a admirar a Teófila Martínez. Quizá por eso he hablado muy poco de ella, por no estar seguro de mantener la neutralidad. Y ahora que escribo de ella, ay de mí, es para hablar del puente con el nombre de "el otro".

Kichibridge suena a Knightsbridge, y quién se resiste a un juego de palabras si encima tiene un toque británico, con lo anglófila que es la provincia de Cádiz, y también lo propende a ser uno. La cuestión es que hoy, gracias al pedaleo del ex presidente de la Diputación, José Loaiza, que nos ha traído de vuelta la Vuelta, saldrá el Kichibridge en las televisiones de toda España y de medio mundo; pero lo hará bajo la autoridad de José María González, y de Irene García, flamante presidenta de la Diputación. El puente ha saltado de la orilla del gobierno popular a la del gobierno populista, y se ha convertido en icono del cambio político en la provincia.

Hay una lectura antipática que consiste en reírse de tanto empuje y esfuerzo ahora que se inaugurará, por fin, el segundo puente, quedando Teófila en un segundo plano. Y otra lectura desabrida sería pensar que es el castigo al retraso acumulado del proyecto.

Esta vez la lectura correcta es también la más amable. Que el puente lo impulsasen unos políticos de un color y lo reciban otros de otro o de otros es un símbolo natural de lo que tiene que ser un traspaso de poder en una democracia madura. El Pontifex romano, el constructor de puentes, era un importantísimo cargo religioso que se fue cargando de contenido político. No es extraño, porque el puente es el signo de la imprescindible continuidad en el cambio. Desde luego, ya será irremediable que cuando miremos el límpido perfil del Kichibridge cruzando la bahía tengamos un recuerdo a Teófila.

Seguro que en el fondo también lo tiene José María González, que demostraría altura de miras -el puente es el más alto de Europa, precisamente- si lo expresara con solemnidad a las primeras de cambio. Se me ocurre que podría ponerle "Teófila Martínez" a la rotonda de acceso. Además del reconocimiento, la nobleza y el talante democrático, contribuiría, de paso, a aumentar la presencia femenina en el callejero gaditano, que es un tema que preocupa ahora. Sería un gesto redondo.

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