Su propio afán

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Kichi en su encrucijada

COMO es natural, José María González, como alcalde de Cádiz, tiene un montón de problemas: el Mercado Gastronómico, el aparcamiento, los hoteles, la huelga de limpieza, las barbacoas… Según la sensibilidad de cada cual, parecerá que una cuestión es más grave que otra, siendo todas muy serias. Sin embargo, son problemas naturales, propios del cargo. Lo gordo, gordo está en la encrucijada. Existe el peligro, por lo que se debe y no se paga, de que el ministerio de Hacienda intervenga las cuentas municipales y que unos 50 millones de euros que tendrían que llegar, no lleguen. Es un momento crucial desde el punto de vista contable, por supuesto; pero, sobre todo, desde el punto de vista político. Se le abren a Kichi dos caminos. O revertir la situación, ajustándose y gestionando con rigor; o dejar que se le pudra. Esta última posibilidad tiene que ser una tentación fortísima en su fondo de armario revolucionario. Volvería, de algún modo, a una especie de oposición. Podría dedicar sus días a despotricar del Gobierno de España y del ministro Montoro, que no le dejan hacer. Y, entremedias, realizar algún bonito acto solidario, como limpiar la Caleta o pasarse por un desahucio. Como Kichi echó sus añitos para sacar su carrera, recordará bien, como yo, lo atractivo que resulta cualquier plan, incluso el más abnegado, con tal de no ponerse a estudiar. El activismo social, las buenas intenciones aparte, puede ser una alternativa casi irresistible al trabajo desabrido, entre balances e informes, encerrado en un despacho. Si Kichi ahora dejase, como quien no quiere la cosa, que las cuentas municipales fuesen intervenidas, como es pronto, podría echar la culpa al anterior gobierno y excusar la inacción en el margen que no le deja Montoro. Una manera relajada y revolucionaria, crispada y cómoda, de ir echando fuera los próximos cuatro años. La alternativa es más dura: fajarse. Hacerse con el control de la contabilidad, alcanzar acuerdos, priorizar, aplicar el sentido común y dar la espalda a parte de su programa. Lo grave es, además del trabajo que ello implica, que esto le iría convirtiendo en responsable del futuro de la ciudad, para lo bueno y, ay, para lo malo. También le convertiría en un político entero, en un alcalde real, con posibilidades, por tanto, de ser reelegido. Por cierto, esa decisión -ironía del destino- sería idéntica a la de Rajoy cuando llegó al Gobierno.

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