Jesús entretiene

Las parábolas evangélicas tienen, como es natural, una lectura puramente literaria, arquetipos también del arte

Me divirtió muchísimo la frase: "Here is a man, Pharisees and scribes said, that entertains sinners and eats with them". En circunstancias normales, esto es, leyendo en español, me suelo fijar en lo de la comida. Lo de Jesús comiendo y bebiendo buen vino es algo que nunca (lo digo en serio, casi de rodillas) nunca le agradeceremos bastante. Pero como estoy leyendo el evangelio en la traducción de Ronald Knox, me quedé encantado con ese entertains, tan festivo y tan cascabelero para unos oídos españoles.

Eso me preparó para la parábola del hijo pródigo que Jesús les cuenta poco después. El hijo juerguista que exige su herencia y, extrañamente, ¡se la dan! y, como es lógico, se la gasta rápido. Empieza a irle de pena y se piensa volver y se prepara una apología y vuelve, etc. Ustedes la conocen de sobra, ¿verdad? Es estupenda, y lo es también desde un punto de vista literario, que valorarían en especial las personas a las que Jesús, entre bocado y bocado y brindis y brindis, entretenía. La primera parte, la del hijo dilapidador y boomerang, peca (si se puede decir esto) de dulzona. Ese arrepentimiento medio interesado, pero naturalmente compungido, y el recibimiento del padre por las nubes, esperándole y corriendo a recibirle desde lejos, saltando de alegría… De acabar ahí la parábola, hubiese sido un final precioso, pero ¿demasiado rosa?

Por eso, el hijo mayor cumple una función literaria, el justo contrapunto, el medido claroscuro. Jesús se ha adelantado al consejo de Nicolás Gómez Dávila: "Gran escritor es el que moja en tinta infernal la pluma que arranca al remo de un arcángel". El hijo mayor pone su mancha de tinta. Él no está conforme con el final rosa -tácito y lúcido crítico literario-, y el lector u oyente puede condensar en él todas sus previas sospechas de excesiva dulzura y, luego, purgarlas con la reprimenda que se lleva ese hijo en nombre de todos. Lo trascendente es que el padre pródigo, que podría habernos parecido hasta entonces un abuelo derretido, se yergue como un auténtico señor, capaz de poner los puntos sobre las íes. Su perdón previo se llena de carácter y sentido.

La parábola termina un tanto abrupta, y uno siente entonces que cae el telón a plomo. Y que van a salir los tres actores, muy sonrientes y abrazados, a recoger los aplausos que estallan risueños de un público entretenido y reconfortado. Los fariseos no ganaban para disgustos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios