la esquina del gordo

Paco Carrillo

Si La Isla hablara…

En La Isla, de siempre, se ha dicho que el verano empezaba con el Corpus -primer día oficial para comer helados, ¡ay, Hermanos Picó!-, y se terminaba el último de agosto. En el centro estaba la Velada del Carmen, en la calle Real, tan propicia ahora para plantar los 'rebuscos' y la traca, desde los Hermanitos hasta el cierro de don Joaquín Pece, donde instalaban el petardo gordo. El calor no tenía nada que ver con las fechas oficiales. La Isla siempre ha sido muy suya.

La Velada -que no feria- empezaba la víspera del Carmen y duraba hasta Santiago. Mirada con los ojos derrochadores de hoy era algo triste, reflejo de la sociedad de entonces, capaz de deslumbrarse con el laberinto de los espejos, la caseta con el museo taurino, la de 'Chicharito' comiendo bombillas, y aquella, toda oscura para arrimarse a las mozas, donde en un escenario ridículo aparecían y desaparecían los personajes al arrullo de músicas misteriosas y soplos de aire frío en el cogote de los espectadores que salían horrorizados. ¡Qué bendita ingenuidad!

En aquel tiempo en La Isla todos eran de derechas. Salvo los irredentos que no iban a compás, los demás trataban de imitar a los que usaban corbata y compraban papeletas en la Tómbola de la Caridad, junto al casinillo de doña Anuncia; bailes con marinos de gala, cerco de vallas pintadas de verde para separar las clases y la pastelería La Victoria llena de hortelanos comprando pasteles. Los hortelanos, puntualmente, acudían al pueblo sólo en fiestas señaladas. Verlos fuera de esas fechas era más difícil a no ser que vinieran a una boda, a un bautizo o a un entierro. Entonces, en esas escapadas de luto, volvían cargados de papelones de bienmesabe o de caballas en adobo.

En La Isla, por no haber, no había ni guardias municipales. Se suponía que había concejales, pero como sólo servían para ir bajo mazas cuando el Ayuntamiento los necesitaba y no se metían en nada, tampoco se echaban mucho de menos; es más, tuvieron que pasar años para que nos enteráramos que había unos paisanos dispuestos a trabajar para los demás sin necesidad de pagarles un sueldo, si acaso, se les concedía el privilegio de no hacer cola en la carnicería que vendía la carne de toro después de las novilladas.

Apurando la cosa, tampoco el alcalde pintaba mucho: ¡A sus órdenes, mi Almirante! Y el Almirante, aunque mandaba muchísimo más que los de ahora, estaba para lo que dijera Madrid. Madrid hablaba mucho por aquellos entonces, no como ahora que se ha convertido en insensible muro para las lamentaciones y prefiere no saber nada de La Isla; ojos que no ven, corazón que no siente.

Claro que entonces La Isla, toda La Isla, estaba justificada: se reparaban barcos y los chismes que los barcos necesitaban. La Carraca no era un fantasma y tenía tanta vida que hasta la fonda de Correa era un negocio redondo, igual que el coche de Meléndez. Y de las dependencias para qué hablar. ¿Cuatro, cinco, seis mil personas con galones o asimilados, yendo y viniendo? Y los bares llenos, y los hoteles, y las fondas… Más la Bazán, y la Constructora, y la esperanza de ser más cada día. Tú, niño, a hacer una carrerita. Tú, niña a aprender taquimecanografía o a estudiar Magisterio ¡Qué ricos los pobres de entonces!

Y la Velada en puertas. Y semanas antes 'La Saldadora' estaba hasta los topes; y 'Los Domínguez', y 'Casa Blanco'; y en los talleres de costura -muchos en cada barrio-, las aprendizas cachondas cosiendo hasta las tantas; y los novios esperándolas para acompañarlas hasta la casapuerta, el rozonazo, el calentón y el hasta mañana, Puri, Conchi, Mamen, porque ese mañana estaba ceñido al día siguiente, el otro mañana era distinto: un pisito en buen sitio, un tresillo de escai, un cuadro con un ciervo, un mueble bar con sus repisas para presumir de cristalería comprada a suspiros en Rosario la de la loza.

¡Se va comparar aquella Isla con la de ahora! ¡Igualito! En la de hoy, rica y poderosa, hasta los niños chicos se aburren de tanto como tienen, mientras los jóvenes, caso de que sueñen, se ven lejos porque aquí ya no hay futuro.

Por eso La Isla al perder lo que fue es más triste, más imposible, menos soportable. ¡Ay, si La Isla hablara con sinceridad!

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