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Irala y no volverás

La suspensión de la conferencia por la Universidad de Cádiz es una prohibición preventiva

Hoy no pensaba acudir a la conferencia de Jokin de Irala que la UCA ha suspendido. El tema era "Otros hablan con tus hijos, ¿hablas tú con ellos?"; y mis hijos no callan ni bajo agua ni su madre ni yo. Además, si íbamos, no cenaríamos con ellos, que es cuando más charlamos, y haríamos una paradoja. Pero una cosa es no ir y otra comprender que la Universidad de Cádiz cierre sus puertas a un catedrático de Medicina por una petición en change.org. La petición se basaba en que Jokin de Irala en otras ocasiones había asegurado que la homosexualidad podía tratarse y que las estadísticas advierten de que puede ser una actividad de riesgo.

Que la universidad dé ese portazo con las invitaciones ya cursadas y 24 horas antes se me antoja grave. Es una prohibición preventiva y ad hominem. Preventiva, porque se produce sin escuchar la conferencia, con una presunción de culpabilidad que no admite prueba en contra. Y es ad hominem porque el criterio no es el título de la conferencia ni ningún adelanto de su contenido, sino la persona que la imparte.

Si a alguien no le gusta Irala, caben tres actitudes respetuosas con la esencia de la universidad, con los derechos fundamentales y con la libertad de expresión. La más natural: dejar que el hombre diga lo que le parezca sin echarle cuenta. La más activista: asistir a la charla y, al primer indicio de falta de respeto, protestar. Y la más científica: pedir en change.org un debate abierto con él para poner en evidencia y con datos la presunta falsedad de sus ideas.

Callarlo por decreto (o por avalancha de firmas) sin oírlo y celebrar en todos los medios el clamoroso éxito de la Operación Silencio debe preocupar al espectador imparcial. Lo fácil sería dramatizar y preguntarnos si, al final, podremos hablar con nuestros hijos o no y hasta dónde llegará esta policía de lo políticamente correcto; pero no creo que ésa sea la intención de los colectivos que han pedido y conseguido el veto, ni mucho menos de muchos de los homosexuales a los que esos colectivos representan y que no tienen por qué compartir tal marcaje a las ideas ni una discriminación tan personalizada. Simplemente ocurre que, cuando unas ideas son preponderantes, resulta muy difícil, en la práctica, ser respetuoso y delicado con la minoría discrepante. Pero ¿no corresponde a la esencia de la universidad el esfuerzo para que, al menos en su seno, ese respeto se salvaguarde?

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