De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Imprudencia Prim

MEJOR que una crítica filológica en las páginas de Cultura, traer el último best-seller, El despertar de la señorita Prim, de la jovencísima Natalia Sanmartín Fonollosa, a una columna de opinión. Su verdadero valor radica más en el campo del debate público que en el terreno estricto de la literatura.

Valiosa por valerosa, incluso por imprudente, estamos ante una novela de tesis, pese a su apariencia de novela rosa. Cierto que, "fortiter in re, suaviter in modo", el hilo es una historia de amor bastante previsible con unos caracteres -incluso el de Prudencia Prim, la protagonista- algo estereotipados. Da igual. Envuelta en sedantes e incesantes proclamas de delicadeza y en kilos de azúcar (¡cuántos pasteles se "mordisquean", Dios mío!), hay una filosofía bien poderosa, que entra como un elefante en una cacharrería en el discurso de valores dominantes.

"Se busca espíritu femenino en absoluto subyugado por el mundo", se pide en el anuncio por palabras que origina la trama, y ésa es la clave de El despertar de la señora Prim. La autora defiende, como quien no quiere la cosa, el latín, el tomismo, los iconos, el matrimonio indisoluble, la tradición ("La tradición no tiene edad, niña, es la modernidad lo que envejece"); y arremete, por tanto, contra la pedagogía actual, el feminismo, los horarios laborales y la literatura de consumo ("descubrió que lo que el mundo llamaba literatura, [… se] llamaba perder el tiempo"). Hasta se burla de la dietética, diría yo, en vista de lo que comen.

No son palos de ciego. Hay un firme pensamiento por detrás: C.S.Lewis, J.H.Newman, John Donne, Dante.... Refiriéndose a Chesterton, algún personaje confiesa: "es el hombre al que más gratitud debo en mi vida, después de mi mentor académico y de mi propio padre", y sentimos que es Natalia Sanmartín la que lo dice. No en vano se defiende expresamente el distributismo, que fue la rara -por desgracia- opción político-económica del inglés; y la construcción de la obra, aunque haga guiños constantes a Jane Austen, es chestertoniana: una trama simple y muy romántica para exponer una visión compleja y muy combativa.

¿Cómo es posible que una novela así, que podría titularse Las cincuenta luces de Prim en contraste total con la otra de las listas de best-sellers, también arrase, y tanto? Nos hemos quedado, ay, sin espacio para contestar, pero qué importa. Lo que importa es celebrarlo. Mucho.

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